13 Expedición de Dionisio Alcalá Galiano y Cayetano Valdés
Salieron estas dos naves de Acapulco en marzo de 1792 y llegaron a Nutka a mediados de mayo. El 4 de junio navegaron por el estrecho de Fuca y ese mismo día por la tarde fondearon en el puerto de Núñez Gaona, donde se encontraron con Salvador Fidalgo, que había viajado desde San Blas y había llegado al dicho puerto a finales de mayo de 1792, a bordo de la fragata Princesa, con el objetivo de cumplir la orden del virrey Revillagigedo de establecer un asentamiento permanente en la bahía de Núñez Gaona, una posición fortificada frente al pueblo de los makah, convirtiéndose este lugar en el primer asentamiento europeo en el actual Estado de Washington. Y es que pensaba el virrey que si dicho puerto resultaba adecuado para establecer en él la nueva base de la Monarquía hispana en el Pacífico, se podría ceder Nutka a los ingleses sin demasiados inconvenientes.
LOS MAKAH
Los habitantes de dicha bahía eran desde hacía más de tres mil años, y aún lo son, los indios makah, una fracción del pueblo nuu-chach-nulth de lengua wakash, cuya tribu estaba formada por cinco pueblos, conocidos también todos ellos como la gente del Cabo. Sus territorios ancestrales se extendían a lo largo de un área cultural que iba por la costa desde el delta del río Copper en el golfo de Alaska hasta la frontera entre Oregón y California, y tierra adentro desde las montañas costeras de la British Columbia hasta las montañas Cascadas de Washington y Oregón. El mar, al igual que para el resto de los habitantes de la costa, siempre fue muy importante para los makah y aunque el origen de su nombre (según otras tribus vecinas) significa pueblo generoso con la comida, en su lengua ellos se hacían llamar qwi-dich-cha-at, que quiere decir el pueblo que vive cerca de las rocas y las gaviotas. En la costa se proveían de peces, mariscos y moluscos, y también aprovechaban los recursos naturales de los densos bosques del interior durante las distintas épocas del año para su sustento, así como la madera del cedro rojo para construir largas canoas, que incluso podían tener velas, con las que hacerse a la mar para la pesca de ballenas, focas y nutrias. Eran expertos navegantes, por lo que no les preocupaba alejarse y perder de vista la tierra. La caza de ballenas, al igual que para el resto de los nuu-chach-nulth tenía una gran importancia, tanto para su sustento y economía, ya que aprovechaban la carne, la grasa y los huesos, como para su cultura y sus tradiciones, por lo que estaba acompañada de rituales y ceremonias espirituales, además de inspirar canciones, bailes y motivos decorativos en diversos objetos y adornos personales de su artesanía. Solían vivir en cabañas hechas con tablones de madera y, al igual que sus vecinos del norte, erigían impresionantes tótems que eran tanto símbolos de protección como emblemas de los distintos clanes en los que estaba organizada su sociedad.
Volviendo a las expediciones hispanas, como ya hemos comentado, en 1792 Dionisio Alcalá Galiano y Cayetano Valdés y Flores navegaron también hasta la bahía de Nutka, para después circunnavegar la isla de Vancouver. Viajaba junto a Galiano y a Valdés el botánico mexicano José Mariano Mociño, un joven médico criollo de Temascaltepec, que acompañó a los exploradores en las costas de la isla de Nutka, y al que ya hemos mencionado en varias ocasiones. Tal y como nos indica el científico mexicano Xavier Lozoya en su obra José Mariano Mociño. Un naturalista mexicano que recorre Nutka, Canadá, en el siglo XVIII,[2], esta historia corresponde a una curiosa época en la que los habitantes de Canadá eran los indios a estudiar y los mexicanos eran los ilustrados científicos, botánicos y naturalistas. Y es que los ilustrados intelectuales de la Nueva España discutían sobre la existencia de posibles similitudes entre los nativos de México y Nutka desde que en 1786 el estudioso José Francisco Ruiz Cañete, tras consultar la obra de los viajes del capitán Cook y sus descripciones de Nutka, publicara en la Gaceta de la Literatura de México de José Antonio de Alzate y Ramírez un estudio sobre el Origen de los indios megicanos[3] y sus semejanzas con los trajes de los nutkenses, así como el parecido de las esculturas de ambos pueblos y, por último, del lenguaje de los nutkenses, que resultaba extraordinariamente semejante al náhualt. Tanto el científico Alzate como Ruiz Cañete sostenían que tales semejanzas eran indicios del origen común y migración de los indios americanos. Mociño, que era amigo y admirador de Alzate, por lo que es de suponer que conocía la hipótesis de estos intelectuales ilustrados, decidió proporcionar en su obra nuevos elementos para la discusión del tema, aunque se declaró inexperto para dar por confirmada la hipótesis de que ambas lenguas poseyeran un origen común. En su compañía iría un amigo, el dibujante de la expedición Atanasio Echeverría, también mexicano, que ilustraría con bellísimas láminas la información recopilada por Mociño.
Navegaría de nuevo en esta expedición, la de Galiano y Valdés, De la Bodega y Quadra, pero como ahora ya era comandante del Departamento de San Blas en esta ocasión no lo haría como marino sino como comisionado por la Corona para fijar con el inglés George Vancouver las fronteras de ambas naciones en el noroeste de América (que Bodega intentaría establecer en la bahía de Nutka y Vancouver, defendiendo los intereses de su nación, en la mucho más meridional bahía de San Francisco) y poner en práctica el Tratado del Escorial, firmado en 1790 entre Inglaterra y España, por el cual ambas potencias se comprometían a mantener la paz alterada por el conflicto de Nutka tras las acciones llevadas a cabo por Martínez de la Sierra. Así que Mociño, que incluso llegó a aprender una parte sustancial de la lengua tlingit para poder entender su mentalidad y su cultura, tuvo la oportunidad no solo de conocer de primera mano los encuentros de De la Bodega y Quadra y Vancouver para resolver la crisis, sino también las relaciones tanto de los españoles como de los ingleses con el príncipe Macuina, e incluso la reconciliación de los hispanos con el pueblo nutkense. Se encontraban estos todavía algo recelosos tras lo sucedido con Martínez y la muerte del indio Quelequem, no obstante los intentos de congraciarse con Macuina llevados a cabo por Pedro Alberni, con la intención de volver a establecer cordiales relaciones, cuando Martínez fue relevado por Eliza en 1790. Y toda la información al respecto la recogió en su interesantísima obra Noticias de Nutka, libro que escribió el explorador en 1793 a su regreso del viaje.[4]
OBSERVACIONES DE JOSÉ CARDERO
Como ilustrador de la expedición de Dionisio Alcalá Galiano y Cayetano Valdés y Flores viajaba José Cardero, que también había acompañado anteriormente a Malaspina en su viaje buscando el Paso del Noroeste, durante el cual había aprendido mucho de Tomás de Suria, a quien apreciaba como un maestro y del que asimiló todas sus enseñanzas. Llegó la expedición a Nutka el 13 de mayo de 1792, y allí permanecieron hasta el 5 de junio cuando se dirigieron a explorar el estrecho de Juan de Fuca. Tal y como recoge Sánchez Montañés en sus estudios sobre los pintores de esta expedición, en la primera parada de Galiano y Valdés, dos días en el puerto Núñez Gaona (actual bahía Neah), los ilustradores realizaron retratos de un jefe y de sus esposas, además de alguna vista del establecimiento. A partir de ese momento y a lo largo de la ruta de la expedición, siguiendo el estrecho de Juan de Fuca y los estrechos de Georgia, Johnston y Reina Carlota, diferentes pueblos, primero de la lengua salish y posteriormente kwakwaka´wakw, aparecen en las ilustraciones, tanto en forma de retratos como de composiciones que ilustran escenas y acontecimientos concretos del viaje. Aunque muchos de estos dibujos son apuntes, aparentemente tomados del natural con trazos rápidos, muchos otros se terminaron e incluso se compusieron posteriormente, bien en México o en España, sobre los apuntes de otros, entremezclando así elementos de distintas culturas nativas e introduciendo en ocasiones elementos ajenos, siendo así representaciones un tanto irreales o que reflejan una realidad diferente de la existente, por lo que los personajes representados en los dibujos de la expedición, especialmente en las escenas complejas, muestran claramente posturas estereotipadas. Es por ello que, insiste Sánchez Montañés, los dibujos deben ser siempre analizados en compañía de la información que se recogió en los muchos Diarios e informes de la expedición, ya que aislados su información etnográfica es incompleta.
Así, al inicio de esta exploración los expedicionarios observaron los poblados de invierno de los makah, la división meridional de los pueblos nativos de lengua nuu-chach-nulth, quienes se encontraban más en el interior del estrecho, en torno a la actual bahía Neah. Antes de fondear en la dicha bahía o puerto de Núñez Gaona, pasaron cerca de la isla de Tatoosh, de la que Cordera hizo un dibujo titulado Fortificación de los Indios del Estrecho de Fuca, aunque el título correcto debería ser El poblado de Tatooche en la isla de Tatoosh, frente al cabo Flattery, ya que realmente no se trataba del establecimiento hispano. El 6 de junio las goletas fondearon en la bahía Neah, donde se encontraron con Salvador Fidalgo, ocupado en las tareas de construir un asentamiento, a la espera de las órdenes de Bodega y Quadra y de los resultados de la negociación con Vancouver. Y aunque el piloto Antonio Serrantes, uno de los hombres de Fidalgo, había muerto a manos de los indios, este había logrado establecer una buena relación con los nativos. No obstante, parece ser que a Alcalá Galiano no le gustó mucho el puerto, fundamentalmente por estar muy expuesto a los vientos, sobre todo a los del norte, lo que le llevó a presentar un informe desfavorable sobre el lugar. Por su parte Bodega, tras la entrevista con Vancouver y la decisión de mantener, por el momento, el establecimiento de Nutka, también viajó al puerto de Núñez Gaona para encontrarse con Fidalgo e indagar sobre lo ocurrido con el piloto de la Princesa, y en su Diario registró la entrevista que tuvo con el jefe Tlatacu (Tetacus) y su hermano Tututsi (Tatoosh) para investigar su muerte, concluyendo que el piloto desobedeció las órdenes expresas de no aventurarse solo con los nativos y que los indios de una ranchería próxima le asesinaron para robarle y, temerosos del castigo que podrían recibir por tal acción, huyeron, siendo imposible capturarles. Quizás ese fue uno de los motivos por el que se decidió abandonar el asentamiento de Núñez Gaona y mantener el de Nutka, aunque Bodega siempre alegó la mala ubicación del puerto. De hecho las relaciones con los nativos, y especialmente con sus jefes, no debieron ser malas ya que Bodega antes de dejar el asentamiento dio órdenes expresas de que se cediera a los indios la barraca que se había construido en tierra sin quitarle ni un solo palo. Y es que, además de su mala ubicación, los problemas con Inglaterra y el supuesto reparto del territorio hicieron que se considerasen otras alternativas a la de la bahía de Neah, y que la historia de este establecimiento fuese muy corta, abandonándose el 29 de septiembre de 1792.
Antes de ser abandonado, realizó Cardero una lámina del establecimiento, a la que añadió un dibujo de la gran canoa de guerra de Tetaku, y aunque, como indica Sánchez Montañés,[5] el dibujo del puerto se ajusta más o menos a la realidad, con dos cabañas además de las goletas, la fragata Princesa y algunas canoas de nativos, la gran canoa de guerra es realmente un añadido, ya que dicha canoa fue vista y descrita minuciosamente en los Diarios de los expedicionarios, pero en otro lugar, en el puerto de Córdoba, hasta donde el jefe Tetacus había acompañado a la goleta Mexicana en la travesía del estrecho de Fuca, donde existía una ranchería de otro grupo, y de la que probablemente era jefe por matrimonio. Fue allí donde los expedicionarios observaron la canoa de guerra, que seguramente se encontraba en ese lugar tras haber desplazado a una de las esposas del jefe. Tenía esta canoa un águila en la proa, y el mismo Tetacus hizo un dibujo en un papel de ella y explicó que había visto cómo un ave similar, con la cabeza muy grande y dos cuernos en ella, había descendido de las alturas al mar para agarrar una ballena y volverse a elevar. Debía tratarse, según Sánchez Montañés, de un Pájaro del Trueno, el ave que se identifica siempre con los jefes principales nuu-chach-nulth, cuya iconografía está claramente inspirada en el águila de Steller o pigargo, la más grande de las águilas marinas. Esta famosa canoa de guerra del jefe makah debió ser muy llamativa para los pintores, ya que vuelve a aparecer en otra lámina, y a muchos kilómetros al norte, en la vista del puerto de Núñez Gaona, que no es tal sino realmente la parte sureste de cala de los Amigos (Friendly Cove en inglés), el establecimiento de San Lorenzo de Nutka y el baluarte de San Miguel erigido sobre la isla de San Rafael, donde aparecen las tiendas levantadas por los hombres de Fidalgo (almacén, panadería, herrería, una estructura de la futura vivienda de los oficiales), una de las corbetas de la expedición, varias canoas de los nativos y de nuevo la canoa de guerra del jefe Tetacus. Esto, siempre de acuerdo a las investigaciones realizadas por Sánchez Montañés, dio lugar al error de titular la lámina como puerto Núñez Gaona, cuando realmente se trata del baluarte de San Miguel, lo que demuestra, de nuevo, la necesidad de interpretar siempre los dibujos de estas expediciones con los textos de los Diarios de los expedicionarios.
OBSERVACIONES DE JOSÉ MARIANO MOCIÑO
Otros escritos y descripciones de sumo interés derivados de esta expedición son los realizados por Mociño quien, tras meses de convivencia con los nativos, trasladó a su Descripción de la isla de Mazarredo en donde se halla el fondeadero de Nutka no solo información sobre sus habitantes, sino también sobre su modo de subsistencia, su entorno, su religión, sus costumbres y usos, así como el de los pequeños cilindros de cobre que colgaban a las orejas:
“acostumbran desde pequeños a abrirse 3 o 4 agujeros por toda la extensión pulpejo inferior de las orejas y una o dos en la ternilla intermedia de las narices (…) de las primeras cuelgan varios hilos o correas que anudan separadamente a poco más de una pulgada de la oreja, de ésta suelen prender algunas planchitas de cobre redobladas en forma de cilindro de pulgada y media a dos pulgadas de longitud, otros traen hasta tres o cuatro aretes juntos ensartado uno con otro sin orden ni proporción, y sin procurar que sea igual el adorno en ambos lados”.[7]
Incluso recogió Mociño cómo estos experimentaron el primer contacto con los expedicionarios hispanos cuando Pérez Hernández llegó hasta allí en 1774, y estuvo fondeado en la punta que él mismo llamó de San Sebastián, y Cook después de Arrecifes, indicando que:
“la vista de esta embarcación llenó al principio de temor a los naturales, que hasta ahora testifican haber quedado sobrecogidos de espanto desde el momento que vieron sobre el horizonte la corpulenta máquina que poco a poco iba acercándose a sus costas, creyendo que Quautl les viniese a hacer segunda visita, y aún recelaron fuese por castigar las maldades de aquel pueblo. Quantos pudieron se ocultaron en las Montañas, otros se encerraron en sus cabañas, y los más atrevidos tomaron sus piraguas para reconocer desde cerca la mole que sobresalía en el Océano. Acercáronse en efecto medrosamente pero sin llegar su animosidad al abordaje, hasta que al cabo del tiempo atraídos por las señas amistosas con que la tripulación española los llamaba hubieron de llegar a bordo, y registrar con admiración tantos objetos nuevos y extraordinarios, como aquel buque les presentaba. Recibieron algunos regalos y por su parte obsequiaron también con pieles de nutria al capitán. En el diario de éste, que he leído original, consta que ni él ni alguno de sus marineros saltaron en tierra, y expresamente se colige del mismo que tampoco reconocieron los puertos que a cinco leguas de distancia hacia el norte les hubieran proporcionado mucho alivio. Dieron últimamente la vela para el sur sin demarcar con exactitud si quiera el arrumbamiento de la costa, contentándose solo con determinar la latitud de aquella entrada que llaman de San Lorenzo. Echaron de menos después entre otras cosas algunas cucharas, que excitaron desde luego la codicia de los naturales en cuyo poder encontró una de ellas quatro años después el capitán Cook”.[8]
- Museo de América, Inventario 02262 [Macuina, Jefe de Nutka] ↵
- Lozoya, Xavier. José Mariano Mociño. Un naturalista mexicano que recorre Nutka, Canadá, en el siglo XVIII, en Historia Mexicana, julio 1984. ↵
- Ruiz Cañete, José Francisco. Sobre el origen de los indios megicanos (1788-1790), en Gacetas de Literatura de México, reimpresa en la oficina del Hospital de San Pedro, México, 1831. ↵
- Monge, Fernando y Del Olmo, Margarita. Las Noticias de Nutka de José Mariano Moziño, edit. CSIC, Aranjuez, 1999. ↵
- Sánchez Montañés, Ob. cit. ↵
- Museo de América. Inventario 02270. ↵
- Mociño y Losada, Ob. cit. ↵
- Ibídem. ↵