9 Expedición de Ignacio de Arteaga y Juan de la Bodega y Quadra

Todos estos nuevos conocimientos geográficos de la costa noroeste de América hicieron que la Corona, con la intención de adelantar aún más los descubrimientos, preparara otra expedición en 1776, pero esta no pudo ser posible hasta 1779, cuando Ignacio de Arteaga y Juan de la Bodega, con las fragata Nuestra Señora del Rosario, alias la Princesa, y Nuestra Señora de los Remedios, alias la Favorita, salieron del puerto de San Blas el 11 de febrero, con órdenes de subir hasta los 70 grados de latitud. Con esta expedición, además de continuar los descubrimientos de la costa noroeste del continente americano, se buscaba de nuevo el poder evaluar la penetración de los rusos en Alaska, y a la vez encontrar el buscado Paso del Noroeste e intentar capturar a James Cook por esas costas, ya que las autoridades hispanas habían tenido noticias de las exploraciones que este había realizado el año anterior a lo largo de la costa del noroeste del Pacífico, fundamentalmente en la zona de la bahía de San Lorenzo, lo que demostraba el interés de los ingleses por la zona.

Aunque la navegación de esta expedición, por ser con buques superiores a los de los anteriores viajes, fue más ventajosa y soportable, el primero de los objetivos de la expedición no se consiguió plenamente, ya que Artega y De la Bodega consiguieron recorrer la costa solo hasta los 61 grados de latitud norte. Pero a lo largo del viaje acumularon una gran información no solo de carácter geográfico, sino también sobre la etnografía y la flora y la fauna de la costa, y es que De la Bodega además de naturalista también fue una especie de etnólogo, y en la documentación redactada durante sus expediciones se pueden estudiar las costumbres de los nativos de la costa norteamericana. Tanto Artega como De la Bodega escribieron Diarios de navegación[1] y, como era habitual al regreso de la expedición, el virrey de la Nueva España, el interino Martín de Mayorga, recibió informes sobre todo lo sucedido.[2] En cuanto a los otros dos objetivos de este viaje, estos no se pudieron conseguir ya que la expedición española no localizó los navíos de Cook, que había muerto en Hawái en febrero de ese mismo año, y tampoco encontró rastro de la presencia de los rusos.

FIGURA 9. Tabla diaria de la situación de la fragata Favorita en cada uno de los días de la navegación desde el puerto de San Blas hasta la Entrada de Bucareli. Copia del Diario de la navegación que hizo el Teniente de navío Don Juan Francisco de la Bodega y Quadra, comandante de la fragata Nuestra Señora de los Remedios, alias la Favorita, a exploraciones en las costas septentrionales de California de 11 de Febrero a 21 de Noviembre de 1779.[3]

Sobre el viaje en sí, navegaron Artega y De la Bodega directamente desde el puerto de San Blas hasta el de Bucareli, en el archipiélago Príncipe de Gales, en 55 grados y 18 minutos, donde el día 3 de mayo dio fondo la Favorita, tras 82 días de navegación. Al mediodía se descubrió la Princesa, que se había separado a causa de una  tormenta el 20 de abril, pero el poco viento le impidió aproximarse y le fue preciso continuar hasta una ensenada situada unas dos leguas hacia el oriente, desde donde avisó de haber encontrado el abrigo de un buen puerto en el que aseguraron ambas fragatas para hacer aguada y dar descanso a la tripulación. Una vez allí desembarcaron para tomar posesión del territorio de manera formal y bautizaron el lugar como el puerto de la Santísima Cruz, en el lado oeste de la isla Suemez (al sur del archipiélago alaskeño de Alexander, el nombre de la isla seguramente responde al apellido del virrey de la Nueva España Juan Vicente de Güemes Padilla), por haberlo descubierto el día de su celebración, a cuya festividad concurrieron varios nativos tlingit, ya que todo el territorio de la rada Bucareli era su hogar.

LOS TLINGIT

Estaban divididos los tlingit en catorce grupos tribales, algunos de ellos con varias aldeas, extendiéndose sus territorios desde el sudeste del delta del río Cooper, en Alaska, hasta el canal de Portland en el límite actual de Alaska con la Columbia Británica (Canadá), área que habitaban desde hacía más de diez mil años. Su lengua pertenece al grupo kolosh de la familia Na-dené y su nombre significa pueblo. Sus vecinos aleutianos les llamaban kolosh (kalohs o kaluga) Tradicionalmente se les ha considerado como el máximo exponente de la cultura india del noroeste. Vivían en aldeas de casa de tabla de cedro, que habitaban de manera permanente durante el invierno, delante de las cuales colocaban tótems que representaban tanto a sus antepasados como el nivel social de sus habitantes. En verano se desplazaban hacia el interior para cazar y pescar, y completaban su alimentación con plantas marinas, bayas y raíces. Construían piraguas de maderas decoradas que podían medir hasta 20 metros de largo y que empleaban tanto para la pesca como para la guerra (a menudo con sus enemigos aleutas) y el comercio (eran muy demandadas sus elaboradas mantas chilkat y su cestería). En sus aldeas habitaban clanes endogámicos, cuyos miembros descendían de un antepasado común, siempre por vía materna, y cada clan tenía un jefe. También estaban organizados en linajes, con características similares a los clanes, a cuya cabeza figuraba un jefe o caudillo, que no poseía autoridad tribal pero en algunos linajes parece que unificaban a las diferentes tribus. Al igual que algunos de sus vecinos (como los nootka y los kwakiult canadienses) también practicaban la ceremonia del potlatch.

Desde el puerto de la Cruz salieron los hombres de Arteaga y De la Bodega en varias lanchas, al mando de Maurelle, acompañado de los pilotos Camacho, Cañizares y Aguirre, junto con algunos soldados, para reconocer los alrededores hasta la punta de San Bartolomé, mientras que desde las fragatas elaboraban un plano del puerto y hacían una barraca en la playa en la que dejar reposar a los enfermos de una epidemia en la Princesa, que ya se tenía por peste, y por la que finalmente perecieron solo dos marineros, que recibieron allí mismo sepultura. Hasta el lugar donde se encontraban fueron los indios con pescados y pieles que intercambiaron con la tripulación por abalorios y pedazos de hierro, y también se acercaron hasta las embarcaciones, donde realizaron diferentes robos. No obstante dichos robos, los expedicionarios, tal y como anotó en su Diario Juan Francisco de la Bodega: “como deseamos tratarlos con cariño para conservarlos en una perfecta amistad nos desentendíamos, y con este piadoso disimulo aumentaban su osadía, de suerte que apenas se atracaban sin incurrir en este delito”,[4] y es que le parecía a De la Bodega que era tan grande el interés que tenían en conseguir hierro, bayeta y paño, que incluso los intercambiaban por sus niños. Mientras desde las lanchas seguían explorando los expedicionarios la costa hacia el norte, en las fragatas continuaban recibiendo las visitas de nativos, que “con pretexto de su comercio no dejaron de hurtar por más vigilancia que se tenía, unas veces las argollas del costado, otras algún cuchillo y hasta la aldaba que servía para asegurar la escala real”.[5] Indicaron los nativos a los expedicionarios que tenían que irse de allí, porque ese era su puerto, y en los siguientes días fueron muchos los que en canoas se acercaron hasta las fragatas, unos mil, según De la Bodega, y retiraron la cruz que había sido colocada en la playa e incluso secuestraron a dos marineros que habían bajado a tierra a lavar sus ropas en los arroyos cercanos. Capturaron entonces los hombres de la expedición a uno de los nativos y, tras conversar con un indio anciano que mandaba a muchos de ellos, este les prometió que intercambiarían a los prisioneros, pero no cumplieron su palabra y los expedicionarios hispanos tuvieron que hundir algunas canoas, apresurándose a capturar a los indios que iban en ellas, salvándolos así de morir ahogados, aunque pese a ello resultó un indio muerto, hasta conseguir finalmente el canje de prisioneros. Finalmente, como los dos marineros confesaron haberse ido de manera voluntaria con los indios fueron castigados con cien azotes cada uno y la prisión correspondiente a su delito. En cuanto a los nativos, parece que se marcharon a sus rancherías en cierto modo agradecidos por haber sido rescatados del mar al hundirse sus canoas.

Sobre la fisonomía, la forma de vestir y los adornos que portaban los naturales, recogió De la Bodega en su Diario que:

“el color de estas gentes es trigueño claro y de un blanco regular, su cara de muy buenas perfecciones. Son de más que regular estatura, fornidos, arrogantes de espíritu y generalmente inclinados a la guerra. Las ropas con que visten se reducen a una o más pieles de lobo, venado y oso u otros animales, las quales les cubren desde los hombros hasta las rodillas. También se presentaron algunos con fresadas de lana bien texidas, de vara y media de largo y una de ancho, con fleco alrededor de media quarta, otros traían botas de piel adobada abiertas por delante que cierran pasándoles un cordón. Cubren las cabezas con sombreros bien texidos de alguna corteza de árbol, cuya figura es la misma que la de un embudo. En las muñecas usan brazaletes de cobre, fierro o barba de ballena, y en el cuello varios hilos de sus abalorios hechos de hueso y collares de cobre sumamente finos. En las orejas alambres del mismo metal torcido, cuentas de azabache y unas calabacitas que hacen con cierta goma que parecen topacios. Tienen el pelo castaño y largo, lo traen suelto hasta la mitad desde donde se hacen una perfecta coleta hasta su extremo con cinta de lana. Suelen algunos días pintarse la cara y brazos con almagre y pintura aplomada y cubrirse la cabeza de menudas plumas de aves que para este fin solicitan”.[6]

Respecto a las mujeres, anotó De la Bodega en su Diario que eran de semblante agradable, color claro y mejillas rosadas, con el pelo en una trenza, vestidas con una especie de túnica de piel que ceñían por la cintura y que tenían agujeros en el labio inferior,

“que van aumentando este agujero hasta dar lugar a que en él se coloquen una tablilla en forma de roldana de un dedo de grueso, cóncava por ambas superficies y la de menos diámetro de una pulgada”.[7]

También observaron los expedicionarios que dicha tablilla solo la llevaban de esta manera las mujeres casadas, mientras que las niñas llevaban un alfiler de cobre atravesado por el lugar en que más tarde embutirían la roldana y una conchita que pasaban por la ternilla de la nariz. Llamó la atención a De la Bodega el uso de una hierba muy consumida también en el Reino del Perú, llamada cochaivio. Debía referirse el oficial limeño seguramente al cochayuyo o cachiyuyo, un tipo de alga comestible que ha supuesto un recurso alimenticio de las comunidades indígenas americanas durante siglos. Además, también destacó que sobre los riscos crecía una abundante y espesa maleza, y que entre ellas se encontraban ortigas, manzanilla, apio silvestre, anís, llantén, celidonia, sauco, ajenjos y acederas. Asimismo llamó la atención de los expedicionarios el característico armamento defensivo tlingit, además de sus armas ofensivas y el uso del cobre y del hierro, el primero generalmente para adornos y el segundo, seguramente obtenido de otras embarcaciones (rusas quizás), para las hojas de sus cuchillos. Sánchez Montañés, en su labor investigadora sobre las expediciones españolas del siglo XVIII al Pacífico norte y las colecciones del Museo de América en Madrid, también ha estudiado esta expedición, analizando los diversos diarios e informes, tratando de documentar mediante las descripciones de los diversos objetos intercambiados con los nativos una serie de piezas de dicho museo (cotas, morriones, collares, mazas, etc.), y recogiendo en su estudio que la entrega de niños apuntaba claramente a las primeras evidencias etnohistóricas del elemento esclavo, de gran importancia en la cultura tradicional de la costa noroeste.

El día 15 de junio los expedicionarios se hicieron a la vela hacia el puerto de San Antonio, del que intentaron salir el 18 sin éxito, debido a los vientos contrarios, donde volvieron a tener contacto con los nativos tlingit y llevaron a cabo diferentes intercambios. El 1 de julio consiguieron partir del dicho puerto y tras ocho días de navegación se hallaron en 58 grados y 6 minutos. El día 15 continuaron navegando hacia el noroeste, a fin de reconocer el cabo que el explorador ruso Vitus Bering en 1741 había llamado San Elías y que ahora ellos nombraron Santa Rosa, en 59 grados y 52 minutos, y tras pasar el dicho cabo fondearon en un crecido seno como a catorce leguas de la costa, tras ver a unos indios en canoas que les hicieron señas. Entonces a la actual isla Kayak (llamada así por los rusos desde 1826 por su parecido con el contorno de ese tipo de canoas, pero bautizada en 1778 por James Cook con el nombre de isla Kaye) la nombraron de Nuestra Señora del Carmen.

LOS EYAK Y LOS CHUGACH

En esas fechas el territorio hasta las islas más meridionales de la entrada del Príncipe Guillermo, comprendido entre la desembocadura del río Cooper y las montañas de San Elías, estaba habitado por los eyak, una tribu  que a sí misma se llamaba unalakmiut, nombre que proviene de la lengua esquimal chugach iiyiaraq o igya´aq, que significa cuello, y que haría referencia a la forma de la zona del río donde habitaban. El eyak ha sido el primer idioma de Alaska en extinguirse en la historia más reciente, siendo sus parientes más cercanos los idiomas athabascanos. Los eyak también vivían fundamentalmente de la pesca del salmón y, aunque se encuentran dentro del área cultural de las tribus del noroeste, presentaban una fuerte influencia esquimal.

FIGURA 10. Carta reducida de las Costas y Mares Septentrionales de Californias formada hasta el grado 58 de latitud por las observaciones hechas por el Teniente de Navío Don Juan Francisco de la Bodega y Quadra y el Alférez de Fragata Don Francisco Antonio Mourelle, cuya costa se representa por medio de sombras de tinta y cuanto se manifiesta por la sombra encarnada pertenece a la de Monseur Bellin, impresa el año de 1766 (…) (1780). Presenta una carta de la costa del océano Pacífico desde el cabo San Lucas hasta los 71º de latitud norte.[8]

Parece ser que en esta isla, nombrada entonces del Carmen, fue el primer lugar donde los expedicionarios vieron el tipo de embarcación o canoa de origen esquimal, concretamente inuit, llamado kayak. Desde allí mandaron una lancha para que reconociese la costa y se dispusieron a tomar posesión de la ensenada próxima al fondeadero (actual Ensenada del Príncipe Guillermo, cuyo nombre en tlingit es Chágugeeyí, que significa gran bahía) a la que llamaron puerto de Santiago (actual puerto Etches, junto a la isla de la Magdalena o isla Hinchinbrook). Estaban entonces en altura de 61 grados, en el territorio del Ártico, alcanzando así el punto más septentrional en la costa del Pacífico Norte, y tanto los de la fragata como los de la lancha se encontraron con canoas de nativos. Serían éstos seguramente nativos chugach, cuyo nombre procede del término cuungaaciiq, denominación con la que se conoce la más septentrional de las cordilleras que conforman la cadena costera del Pacífico en el extremo occidental de América del norte, parte de cuyo territorio habitaban desde hacía miles de años, concretamente la región de la península de Kenai y la ensenada del Príncipe Guillermo.

Los chugach eran, y son, un pueblo aleuta o alutiiq, nombre que los colonos y comerciantes de pieles rusos dieron a los nativos de la región, aunque ellos se denominan a sí mismos sugpiat, que significa la gente real. Dentro de los sugpiat los chugach siempre han hablado un dialecto propio, el koniag, procedente del idioma alutiiq, también llamado yupik del Pacífico o sugpiaq, que es una rama del yupik de Alaska que se extiende por la costa sur, por lo que pertenece al grupo de las lenguas esquimo-aleutianas. Sus gentes siempre vivieron cerca de la costa, en casas semi-subterráneas llamadas ciqlluaq, aprovechando los recursos marítimos para su subsistencia, además de la recolección de bayas y la caza de algunos mamíferos terrestres. Anotó entonces De la Bodega en su Diario que:

“las ropa[s] que estos usan es una túnica entera de pieles que les abriga bastantemente, su sombrero como los de Bucareli, collares de quentas gruesas de vidrio y aunque les instábamos a que nos dijesen de quién las habían obtenido no fue posible entenderlo, pero sí nos decían con señales bastantemente claras que habían visto otras embarcaciones más grandes entrar por la parte donde estábamos (…) su lenguaje nos pareció una jerga confusa sin mezcla de otro idioma, su carácter dulce y apacible, y que vivían entre sí con armonía”.[9]

ÚLTIMA ETAPA DE LA EXPEDICIÓN DE ARTEAGA Y DE LA BODEGA

Mientras, Cañizares y Pantoja exploraron en un bote la costa, observando una pared de montañas del este al norte (la cordillera Chugach), lo que hizo pensar a Arteaga que tras esa ensenada no podía haber ningún Pasaje al Noroeste, idea que compartió en una Junta con el resto de los oficiales. No obstante esta evidencia, continuaron navegando los expedicionarios, y el día 1 de agosto volvieron a dar fondo cerca de la ensenada que bautizaron como de Nuestra Señora de la Regla (actual puerto Chatham, en la isla de Elizabeth, cerca del extremo de la península de Kenai), en 59 grados y 8 minutos, donde de nuevo se les acercaron algunas canoas de indios, pero no llegaron a establecer ningún contacto con ellos. Estuvieron allí durante algunos días, y el tiempo fue en ocasiones tan claro que incluso llegaron a ver el Monte Iliamna. El día 7 de agosto se hicieron a la vela, ya con la idea de regresar hacia San Blas. El 22 se hallaba la expedición en la entrada de Bucareli, el 4 de septiembre demarcaron el puerto de la Trinidad, después doblaron el cabo Mendocino y el día 14, tras un largo viaje en el que sufrieron casi continuos malos tiempos y muchas enfermedades, llegaron al puerto de San Francisco. Fue allí donde se reunieron con la fragata Princesa, y donde recibieron la noticia de la declaración de la guerra con Inglaterra. Rotas las relaciones de España con Inglaterra, De la Bodega había recibido en el puerto de San Francisco la orden de ir hasta San Blas, donde llegó el 21 de noviembre.


  1. MECD, AGI, Estado 38A, N.13 y N.15.
  2. MECD, AGI, Estado 20, N.28.
  3. MECD, AGI, Estado 38A, N.15, imagen número 137 (folio 69 recto).
  4. Ibídem.
  5. Ibídem.
  6. Ibídem.
  7. Ibídem.
  8. MECD, AGI, MP-México, 359.
  9. MECD, AGI, Estado 38A, N.15.

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