6 Otras expediciones rusas y la de Portolá Rovira
A este viaje de Bering, y a los de Tschirikov, les siguieron varias expediciones de compañías de mercaderes rusos en busca de pieles. En una interesante carta cifrada, escrita por el Conde de Lacy, teniente general y embajador en las cortes de Suecia y Rusia, fechada en San Petersburgo en marzo de 1773,[1] se hace un resumen de las diferentes expediciones llevadas a cabo por los rusos durante la segunda mitad del siglo XVIII. Cuenta el embajador que tras la expedición de Bering y Tschirikov, que llegaron hasta los 60 grados de latitud “en donde hallaron tierra pero se volvieron con la duda de si era isla o continente, y que entre los 55 grados y 60 hallaron muchas islas”, la emperatriz rusa Catalina II destinó tres embarcaciones al mismo intento. Esto fue en el año de 1764 y bajo el mando de los capitanes Estelhacor y Panewbafew, “que refirieron unánimemente que desde los 49 hasta los 75 grados todo es tierra firme pero casi siempre cubierta de una niebla muy densa”.
Todavía las autoridades hispanas llamaban a toda la costa noroeste del continente americano las costas septentrionales de la California, empleando los rusos el mismo nombre para esos territorios. Así, podemos leer en la dicha carta cifrada que “la tierra firme según dicen y creen aquí es la California la que en tal caso se extiende hasta los 75 grados”, y también que el lugar donde los mercaderes rusos se habían establecido por orden de su emperatriz era en los 64 grados, “y que aquí no dudan que es en la California”, tierra de la que hacen una agradable descripción en cuanto a sus condiciones y recursos. En abril de 1773 también remitió el Conde de Lacy a las autoridades hispanas dos cartas geográficas con los descubrimientos de los rusos en Kamchatka y América del Norte, y otra en la que narraba su entrevista con un habitante de Kamchatka, de nombre Popow, según el cual los rusos incluso habrían pensado el hacer causa común con los ingleses de la Compañía de Hudson para evitar que los españoles se acercaran a esas zonas, pero como pensaban estos que los españoles “no llegamos sino hasta los 48 grados, se persuadieron los rusos que ignorábamos sus establecimientos que están en los 64 y los 65, y por consiguiente no tomaron otras medidas”,[2] y por ello consideraron que no era necesario poner en marcha ninguna alianza con los ingleses.
Así, Rusia se había introducido en una zona que la Monarquía hispana consideraba propia y, aunque su fin principal era la empresa de las peleterías, realmente se temía que sus intenciones fueran más bien las de expandirse hacia al sur, hasta llegar a la Nueva España; por lo que tras recibir la correspondencia del Conde de Lacy se estudió la conveniencia de enviar copias de toda la información remitida desde Rusia al virrey de México, Antonio María de Bucareli y Ursúa, para que este pudiera adoptar las medidas oportunas con el fin de evitar que la expansión rusa amenazara California y, por extensión, la Nueva España. De este modo, por orden del Rey, el Secretario de Marina e Indias, Julián de Arriaga, envió copia de toda la documentación a Bucareli, que en carta enviada por la vía reservada y fechada en México en septiembre de 1744 daba cuenta de que quedaba en su poder
“el kalendario Geográfico impreso en San Petersburgo para este año y la copia de noticias dadas por el Conde Lazy (…) para que sirvan a los fines que puedan convenir al servicio de S.M. en las exploraciones sobre establecimientos rusos en nuestras costas septentrionales”.[3]
Aprovechaba también Bucareli la ocasión para expresarle su opinión a Arriaga sobre las noticias del Conde Lacy en relación al comercio con los ingleses establecidos en la bahía de Hudson,
“que puede no ser difícil desde los mares de Kamtschatka si los ingleses han extendido sus posesiones, pero esto me parece que nos coge distante, que no nos pone en nuevos cuidados y que tiene las mismas apariencias de invención que el pretendido paso desde aquella bahía a nuestra Mar del Sur de que tanto hablaron las noticias públicas”.[4]
También avisaba el virrey de la salida del puerto de Monterrey de una expedición con la instrucción de navegar hacia el norte, para continuar los descubrimientos de la costa de California, reconocer y tomar posesión en nombre del Rey de todas las tierras descubiertas y tratar de encontrar los establecimientos rusos en la costa oeste americana.
El resultado inmediato de todos los informes que redactaron los diplomáticos sobre la expansión de los rusos fue el que en Madrid se encendieran todas las alarmas, y se ordenara inmediatamente a las autoridades de la Nueva España que se llevasen a cabo las acciones convenientes para averiguar si realmente era cierto que los rusos habían llegado al continente americano y, en caso de ser así, proceder a expulsarles de esos asentamientos, en el pleno convencimiento de que se habían realizado de manera ilegal, ya que se trataba de tierras bajo soberanía de la Monarquía hispana. No obstante, los rusos no eran el único problema potencial, ya que también los franceses y los ingleses habían estado intentando encontrar el Paso del Noroeste entre el Atlántico y el Pacífico.
Tal y como indica Ignacio Ruiz Rodríguez en su obra Las fronteras septentrionales del Pacífico Americano: españoles, rusos e ingleses en la conquista de la Alta California,[5] es en este momento cuando nos encontramos ante el inicio de lo que vino a ser una enorme y magna empresa: la de los viajes realizados por mar y tierra al norte de la California. Pero, igualmente nos hallamos ante una nueva visión del derecho internacional en tierras de América, ya que el contenido de las famosas Bulas Alejandrinas carecía ahora de cualquier sentido ante naciones desvinculadas del poder pontificio en la tierra y, por otro lado, el igualmente célebre Tratado de Tordesillas tampoco podía ser exhibido ante otras potencias colonizadoras, como era en este supuesto el caso de Rusia.
EXPEDICIÓN DE GASPAR DE PORTOLÁ ROVIRA
Por todo ello, a lo largo de la segunda mitad del siglo XVIII se pusieron en marcha una serie de expediciones con el fin de certificar la presencia de la Monarquía hispánica en tierras del Pacífico norteamericano. La primera de ellas fue la llevada a cabo por Gaspar de Portolá Rovira en 1769. Y es que, cuando en 1767 Carlos III decretó la expulsión de los jesuitas, el virrey de la Nueva España, el marqués de Croix, por medio del visitador José de Gálvez, encomendó a Portolá la tarea de hacerla efectiva, y para ello este último se trasladó al presidio de Loreto, desde donde se dedicó a la organización y administración militar de los territorios de las Californias. Un año después recibiría al visitador Gálvez, que permanecería durante ocho meses en aquellos territorios, organizando la defensa militar frente a la presión de rusos e ingleses desde el norte. En la primavera de 1769 Portolá inició su viaje hacia la Alta California, con la misión de encontrar y tomar posesión de Monterrey. La expedición se dividió en cuatros grupos de soldados, misioneros y colonos, dos de ellos navegarían a bordo de las naos naos San Carlos y San Antonio, que zarparían del puerto de La Paz, mientras que los otros dos grupos saldrían por tierra. En una de estas expediciones por tierra iría Portolá, acompañado de su amigo y misionero fray Junípero Serra.
A principios de julio los dos navíos y las dos expediciones terrestres ya habían llegado a San Diego, a finales de octubre se encontraron en San Francisco y después de un amplio recorrido, en el que pudieron tomar medidas de las islas circundantes, los hombres de Portolá regresaron a San Diego sin haber encontrado la bahía de Monterrey, aunque debieron pasar por al lado, pero las condiciones meteorológicas no les permitieron avistarla. El 17 de abril inició Portolá un nuevo viaje de reconocimiento; el navío San Antonio iría por mar mientras que él lo haría por tierra, llegando a Monterrey el 23 de mayo y tomando finalmente posesión del territorio a principios de junio de 1770, para inmediatamente comenzar la construcción del fuerte de San Carlos de Monterrey, y poder así controlar militarmente el territorio. Portolá partió hacia el puerto de San Blas el 15 de junio, para viajar luego a la capital novohispana e informar al virrey de todo lo sucedido durante sus viajes al norte de California.[6] Y mientras el virrey de la Nueva España, el marqués de Croix, recibía noticias de los viajes de Portolá, continuaban llegando a oídos de las autoridades hispanas informaciones del embajador marqués de Almodóvar sobre los asentamientos que los rusos habían establecido en América. Era, por tanto, el momento de organizar nuevas expediciones a esas tierras, al margen de las que de manera ordinaria ya se llevaban a cabo, así que durante las siguientes décadas, y tras las informaciones recibidas de manera continuada por los embajadores españoles en Rusia, el vizconde de la Herrería, el conde de Lacy y el Marqués de la Torre, entre 1774 y 1793, la Monarquía hispana enviaría varias expediciones desde México hacia el norte, tanto para fortalecer y reafirmar sus demandas históricas, como para continuar la exploración de la costa Pacífica de Norteamérica.