8 Expedición de Bruno de Heceta
Debió alegrarse el virrey al ratificar lo que realmente a él y a la Corona le interesaba, que no era otro asunto más que el de confirmar si existían o no asentamientos de otras naciones en la costas septentrionales, más allá del presidio y puerto de San Carlos Borromeo de Monterrey, lo cual sí que se había logrado, ya que tras esta expedición de Pérez Hernández no quedó ninguna duda, ni para los expedicionarios ni para el Virrey, en cuanto a que los únicos habitantes de aquellas costas, al menos hasta los 55 grados de altura, solo eran los naturales de esos territorios. No obstante, el virrey Bucareli quiso cumplir con uno de los requisitos de cualquier viaje de exploración, que no se había conseguido en el viaje de Pérez Hernández, y que suponía el hecho de tomar posesión en nombre del Rey de los territorios hasta entonces desconocidos, por lo que un segundo viaje se preparó de manera inmediata.
También se contó en este viaje con la participación de Pérez Hernández (este sería el último de su vida), y así, solo unos meses después de que sus barcos hubieran regresado al puerto de San Blas, una nueva expedición zarpó hacia el norte. En esta ocasión la orden del virrey Bucareli era que la fragata Santiago la mandará el teniente de navío don Bruno de Heceta (o Ezeta), por ser más antiguo y porque lo había solicitado con deseo de aumentar su mérito; por segundo, y como primer piloto y práctico, iría el alférez de fragata don Juan Pérez, con la misma tripulación que acababa de llegar, reemplazando a los que no estuviesen en estado de navegar.
En cuanto a las instrucciones, estas en principio serían las mismas que llevó Pérez Hernández, “encargando muy particularmente que se tome mayor altura”,[1] pero, además, en esta ocasión los expedicionarios debían tomar posesión de todas las tierras descubiertas y cartografiar la costa desde Monterrey hacia el norte. Junto con Pérez Hernández, también acompañaría a Heceta en este viaje el limeño Juan Francisco de la Bodega y Quadra. Sobre el desarrollo de este nuevo viaje y sus resultados existen diferentes e interesantes documentos, como el Diario de navegación de Heceta,[2] el Diario redactado por el segundo piloto de la goleta Sonora, Francisco Antonio Maurelle,[3] el de Juan Manuel de Ayala a bordo del paquebote San Carlos, alias el Toisón de Oro,[4] y el Diario de fray Miguel de la Campa, capellán de la fragata Santiago,[5] así como los testimonios de posesión del puerto de la Trinidad, de la Rada Bucareli, del puerto Bucareli y del puerto de los Remedios,[6] y todos los planos y mapas que resultaron de este viaje.[7]
A mitad de marzo de 1775 las naos de esta expedición partieron desde el puerto de San Blas hacia el norte, con unos ciento sesenta hombres a bordo (novohispanos o mexicanos en su mayoría) y provisiones para un año. Según el Diario de Heceta (Ezeta o Hezeta) no fue hasta el día 9 de junio cuando vieron a los primeros nativos, probablemente yurok, “desnudos y con el pelo desatado”,[8] que se acercaron en canoas hasta ellos e intercambiaron pieles con la marinería. Ese mismo día consiguieron fondear tanto la fragata como la goleta y al día siguiente bajaron los expedicionarios a tierra para tomar posesión del que llamarían el puerto de la Trinidad (cerca de Eureka), por ser ese el día de la Santísima Trinidad, y celebrar misa. Estaban en altura de 41 grados y 7 minutos, a mitad de camino entre el cabo Mendocino y el cabo Blanco. Allí permanecieron durante varios días estableciendo una buena relación con los nativos, tanto de la playa como de las inmediaciones. El día 14 al pasar revista vieron que faltaban dos grumetes, José Antonio Rodríguez y Pedro Lorenzo, que, tras haber permanecido de forma voluntaria con los nativos, regresaron varios días después a la fragata. El día 18 ya estaba concluido el plano del puerto y fueron a explorar un río cercano al que llamaron río Tórtolas (actual río Little, en el condado de Humboldt). Permanecieron los expedicionarios allí hasta el día 19 de junio, así que Heceta tuvo tiempo para observar a los nativos, y recogió en su Diario que eran:
“de mediana corpulencia, robustez y agilidad, sin hermosura en uno y otro sexo; la color trigueña, el pelo largo y lacio, ojos negros y alegres, barbilampiños. No usan los hombres de ninguna vestidura, ni aún para ocultar lo más deshonesto, y sólo en el caso de que les obligue el frío se cubren de pieles bien adobadas de venados, cíbolos, berrendos, osos, nutrias y de una especie de mantas tejidas de pellejo de conejo y otros (…) las mujeres se cubren desde la cintura hasta las rodillas de un faldellín de badana o hierbas, que unos rematan en diferentes hilos como fleco y en otros empieza y acaba así (…) este sexo gusta de los abalorios, pero no hacen mayor aprecio de las bayetas y paños (…) Estos indios son de genio apacible, dócil y tímido. Aman, distinguen y obedecen al más viejo, que gobierna con sus consejos y, en mi inteligencia, se compone cada ranchería de solo la descendencia de éstos (…) El hierro es metal de que hacen mayor estimación porque conocen las ventajas de éste en el uso de las armas. Las que usan son la flecha, lanza, cuchillo o puñal, cuyas puntas y filos son de pedernal bien trabajadas. Sirvénse también de cuchillos de hierro, que generalmente los traen pendientes del cuello por medio de un cordón, y quando tratan con desconfianza lo tienen asido de la mano. Con extrema curiosidad indagué varias veces de dónde o con quién habían cambalachado aquellos hierros. Todos unánimes respondían señalando la costa hacia el Norte, a excepción de uno, que el suyo lo había fabricado de un clavo que estaba asido en el fragmento de una embarcación que la mar había arrojado a la playa. Cuando van a la guerra o tratan con enemigos se pintan el rostro o cuerpo de negro y otros colores, creyendo, sin duda, los hace más horribles y temibles”.[9]
También recogió Heceta datos sobre la flora de la zona y destacó en su Diario la existencia de la planta del orégano en aquellos territorios: “las plantas que pude conocer son: orégano, apio, fresas, yerbabuena, manzanilla, lirios y rosas de Castilla”.[10]
LOS YUROK
Seguramente los nativos que observó Heceta eran los yurok y la aldea hasta la que fueron los dos grumetes era Chue-rey (Tsurai). Los yurok, cuyo nombre proviene de la palabra karut o río abajo, estaban establecidos a lo largo de la costa del Pacífico y del río Klamath, desde el arroyo Damnation al norte hasta el sur del río Little, con aldeas situadas a lo largo de la costa y del río Klamath. Tradicionalmente, las personas yurok que vivían en la región superior del río Klamath eran pe-cheek-lah, las de la región inferior del río Klamath puelik-lah y las de la costa ner-er-ner. Todos ellos hablaban un idioma macro-algonquiano y estaban relacionados cultural y lingüísticamente con los wiyot. Sus vecinos eran los tolowa en el norte, los wiyot en el sur y los karuk en el este. Como su territorio tradicional se encontraba en la frontera entre áreas culturales y ecológicas distintas, los yurok combinaron las prácticas típicas de subsistencia de la costa noroeste con muchas características religiosas y organizativas comunes a los indios de California. Las aldeas tradicionales yurok eran pequeños núcleos de casas independientes construidas con madera de secuoya, propiedad cada una de ellas de distintas familias, evitando así las comunidades unificadas y una autoridad política general. Las familias y/o casas dentro de las aldeas poseían derechos sobre áreas específicas de recolección de recursos, como espacios de pesca, lugares de acopio de bellotas y áreas de caza, privilegios que parece ser eran adquiridos por herencia o por dote. Los residentes de cada aldea a veces compartían los derechos a las áreas de subsistencia y también la realización de ciertos rituales. En el río conseguían salmones, esturiones, anguilas y otros peces, y en la costa mejillones, almejas y otras especies; también cazaban venados, alces y animales más pequeños, y en los campos cerca de las montañas recolectaban bellotas y otros frutos. Producían una excelente cestería y también fabricaban canoas con árboles de secuoya que incluso vendían a las tribus del interior.
El día 19 de junio salieron los navíos de Heceta del puerto de la Trinidad. Al día siguiente fondearon en una playa cercana y un día después continuaron la navegación hasta el 14 de julio, cuando Heceta bajó de nuevo a tierra, en 47 grados y 24 minutos, para bautizar la ensenada como la Rada de Bucareli, en honor del virrey mexicano (actual Bahía de Grenville, en la frontera entre el Estado de Washington y Canadá). Por su parte, la goleta se vio obligada a fondear un poco más alejada por culpa de la presencia de unos bajos, y lo hizo a sotavento del actual Cabo Elizabeth, al sur de la boca del río Quinault. En la Rada de Bucareli tuvo también Heceta contacto con los nativos, aunque allí solo se presentaron en tierra seis indios mozos, sin armas, con los que intercambiaron pescados por abalorios. Después vio a otros nueve nativos que se acercaron a la fragata, estos “eran de rostro hermoso, color en unos rubio y en otros oscuro, todos corpulentos, bien hechos. Su ropaje se componía de pieles de nutria, con que se cubren de la cintura arriba”.[12] No se relacionaron los expedicionarios de la fragata con ellos; sin embargo, antes de partir, observó Heceta que la goleta tenía dificultades para hacerse a la vela y que hacía señales de hallarse en peligro, por lo que envió una lancha hasta ella. A su vuelta le llevaron un escrito del comandante en el que este le contaba que cuando siete de sus hombres fueron a hacer aguada a tierra se vieron cercados por trescientos o más indios, que habían pasado a cuchillo a cinco de ellos, y que de los otros dos no se sabía nada. No obstante esa relación, decidió Heceta hacerse a la vela y no actuó contra los naturales por varias razones, entre ellas, y fundamentalmente, porque las instrucciones de su viaje establecían que sólo podían atacar a los indios para defenderse. Antes de partir decidieron bautizar el lugar donde ocurrió el fatal encuentro con los nativos como Punta de los Mártires (actual Punta de Grenville), en recuerdo de los fallecidos.
LOS QUINAULT Y LOS QUILEUTE
No podían saber entonces los exploradores que se habían adentrado en aguas disputadas en ese momento por dos tribus en conflicto, los quinaults y los quileutes, vecinos ambos al sur de los makahs. Según Joshua L. Reid en su obra The Sea is my Country: The Maritime World of the Makahs,[13] la actitud pacífica de unos (los quileutes) y la reacción agresiva de los otros (los quinaults) indica que se trataba de dos tribus diferentes, tal y como fue recogido en las historias orales de los quinaults. Aquellos que se acercaron a la goleta Sonora llevaron carne de ballena y pescado, y estos debían ser quileutes, ya que ellos disfrutaban de un mejor acceso a la carne de ballena, algo que habría sido bastante improbable por parte los quinaults, puesto que estos solo conseguían carne de ballena de manera ocasional. Cuando algunos tripulantes de la Sonora bajaron a tierra lo hicieron en la boca del río Quinault, en territorio quinault y cerca de Taholah, una de sus aldeas. Seguramente cuando las canoas de los quileutes regresaron tras la emboscada Quinault, estos se habían armado para luchar contra los quinaults, no para atacar a los de la goleta.
La posición del navío español sugiere que los quileutes se habrían adentrado en aguas de los quinaults, amenazando así su control sobre ese espacio, y los quileutes seguramente se armaron en un intento de aliarse con los españoles frente a sus rivales. Los exploradores, por su parte, intentaban adquirir nuevos espacios geográficos para la Corona, por lo que tomaron posesión plantando una cruz en la tierra, una acción que algunos quinaults posiblemente vieron desde la seguridad del bosque que les ocultaba. De cualquier modo, el hecho de que los quinaults atacasen a los hombres de la goleta pudo deberse quizás a que les molestó que estos tomasen agua y madera de sus ríos y bosques, aunque también pudo ser para castigarles por haber comerciado dentro de sus aguas con sus rivales quileutes.
Los quinaults que se enfrentaron a los expedicionarios eran nativos que llevaban el nombre de su asentamiento más grande (Kwi´nail, actual Taholah), situado en la desembocadura del río Quinault. Su territorio original se extendía río arriba hasta el lago Quinault y a lo largo de la costa del Pacífico desde la desembocadura del río Raft hasta el arroyo Joe, cerca de la playa llamada Pacific. Eran una de las sociedades de la costa de la península Olímpica del Estado de Washington. Estas sociedades incluían, de norte a sur, los makah (en el cabo Flattery), los ozette, los quilleute, los hoh, los queets (muy similares a los quinault en cuanto al idioma y las costumbres), los quinault, los copalis-oyhut, los chehalis, los shoalwater salish, los willapah y los chinook en el estuario del Columbia. Todas ellas eran sociedades relativamente pequeñas, relacionadas entre sí por el comercio, los matrimonios y también los conflictos. Sus costumbres fueron siempre muy parecidas a las de las otras tribus de la cultura de la costa Noroeste, como los haida, los nootka y los kwakliut. Al igual que el resto de sus vecinos eran cazadores-pescadores-recolectores, se alimentaban de los recursos que les ofrecía tanto el mar como los bosques que les rodeaban, de los que obtenían troncos de madera de cedro para sus canoas, tablas para la construcción de sus casas y corteza con la que confeccionar alguna ropa y ciertos utensilios. En la actualidad su lengua forma parte de la familia salish.
Por su parte, los quileute (Kwi li Ut o Quillayute) habitaban, también desde hace miles de años, parte del territorio del Estado de Washington, extendiéndose este a lo largo de las costas del Pacífico desde los glaciares del Monte Olimpo. Su idioma pertenece a la familia de las lenguas chimakuan, y el lenguaje quileute es uno de los cinco idiomas conocidos por no tener ningún sonido nasal (es decir, ni m, ni n). Como otras tribus de la región, la alimentación de los quileutes dependía de la pesca de los ríos y del océano Pacífico, por lo que fueron excelentes fabricantes de botes y canoas; estas últimas eran de gran tamaño y se empleaban para la caza de ballenas (fueron grandes balleneros, junto con sus vecinos, los makah,). También construyeron casas de tablones en las que protegerse de los fríos inviernos de las montañas Cascade, fabricaron herramientas y fueron famosos tanto por sus finas canastas tejidas como por sus mantas, además de por todos los utensilios e incluso ropa que conseguían a partir de la corteza y la madera de los cedros de los bosques que les rodeaban.
CONTINÚA LA EXPEDICIÓN DE HECETA
Desde el día 14 de julio hasta el 19 tuvieron los expedicionarios vientos calmosos, entonces Pérez Hernández les informó del elevado número de enfermos a bordo y de la dificultad para continuar navegando más hacia el norte, por lo que el día 24 el resto de los oficiales de mar apoyaron su decisión de regresar. El día 30 desde la fragata Santiago perdieron de vista a la goleta; no obstante, continuaron y alcanzaron los 50 grados y 40 minutos, hasta que el día 11 de agosto, viendo ya que gran parte de la marinería estaba enferma, comenzaron la navegación de regreso. Un día después, en altura de 49 grados volvieron a ver cuatro canoas de nativos que se acercaron al buque y con los que canjearon algunas pieles de nutria, pudiendo observar que sus semblantes y sus trajes eran muy parecidos a los de la Trinidad. Seguramente se trataría de indios hoh, tribu que compartía, y aún lo hace, lenguaje y costumbres con los quileutes y los quinault. De estos últimos parece que tomaron el nombre del río Hoxw, mientras que los que hablaban quileute llamaban a su río Cha’lak’at’sit, que significa río del sur, y a ellos mismos Chalá-at o Chalat´, gente del río del sur. Vivían en asentamientos a lo largo de las orillas del Hoh, en la península Olímpica, donde ponían trampas para capturar a los peces que atravesaban el río, y también subían con sus canoas río arriba para cazar, recolectar frutos y madera y realizar sus ceremonias y rituales. Así, la cuenca del río Hoh era su territorio tradicional.
Siguieron los hombres de Heceta bajando, y en 47 grados y 58 minutos vieron una isla a la que, en recuerdo de los expedicionarios asesinados por los naturales, pusieron el nombre de Dolores (y que los ingleses nombrarían unos años más tarde isla de la Destrucción, debido también a un enfrentamiento que allí tuvieron con los indios hoh, que solían frecuentar dicha isla para capturar aves), y esa misma tarde se volvieron a acercar a la fragata unos nativos con sardinas y pieles para intercambiar, y algunos hombres de la tripulación dijeron que dos de ellos eran los mismos que el día 14 de julio se habían acercado al buque en la Rada Bucareli y habían sido cómplices en la traición que sucedió a la goleta. Intentó Heceta comunicarse con ellos para recabar información sobre los dos marineros que habían desaparecido, pero no consiguió hablar con ellos y continuó su navegación. Pasaron el estrecho de Juan de Fuca sin verlo y el día 16 por la tarde, estando en 46 grados, descubrieron una gran bahía que nombraron Asunción; intentaron fondear en ella, pero las fuertes corrientes se lo impidieron y les hicieron pensar que estaban cerca de un gran río o de un posible paso hacia otro mar. No consiguieron bajar entonces a tierra, pero sí elaborar un plano de la bahía y de sus dos cabos, Frondoso y San Roque (actuales Cabo Disappointment y Cabo Adams), donde se puede distinguir el estuario del río Columbia (también llamado Entrada de Heceta y río San Roque); este sería el primer plano elaborado por los expedicionarios hispanos en el que aparece explícitamente la costa del actual Estado de Oregón, o al menos el primero que se ha conservado en los Archivos españoles.
Continuaron navegando los expedicionarios, y en altura de 45 grados y 58 minutos hallaron un cabo al que bautizaron como Diligencia, después, en 45 grados y 28 minutos, nombró Heceta el cabo Falcón (en la costa de la actual Tillamook) y a una montaña plana la llamó Mesa (después sería rebautizada por Lewis and Clarke como Clarke´s Point of View), y en 45 grados y 30 minutos a tres farallones o mogotes que observaron les pusieron el nombre de las Tres Marías (seguramente las actuales Three Arch Rocks, en el cabo que Vancouver llamó Lookout). Al llegar a la altura de 42 grados y 30 minutos demarcó la fragata el cabo Blanco de San Sebastián, y por la observación del sol estableció Heceta que se hallaba en 42 grados y 10 minutos. El día 26 recalaron sobre el cabo Mendocino, situado por la observación de aquel día en 40 grados y 7 minutos, el día 29 de agosto alcanzaron el puerto de Monterrey, con una gran parte de la tripulación enferma, y finalmente llegaron al puerto de San Blas el 20 de noviembre.
OBSERVACIONES DE FRAY MIGUEL DE LA CAMPA
También fray Miguel de la Campa recogió en su Diario el encuentro que se produjo con los nativos el día 9 de junio en el puerto de la Trinidad, y las visitas que realizaron a su ranchería. Llamó la atención del religioso que estos tuviesen plantado tabaco y gustasen de fumarlo en pipa, y que:
“los hombres andan del todo desnudos y solo usan por defenderse del frío unos cueros de venado agamuzados, con el pelo que le ponen por dentro para mayor abrigo. Con lo mismo se cubren las mujeres, que, a más de eso, hacen para atrás un género de enaguas de lo mismo, las que procuran adornar con sus labores de palma, y por abajo les dejan muchas tiras muy delgadas a manera de fleco, y por delante unos delantares de carrizos. Usan también las mujeres rayarse la barba con tres rayas negras, que les afea mucho. Los hombres con varias cenefas se rayan los brazos. Todos usan pelo largo, menos los muchachos y muchachas, que lo traen cortado, y en esto se distinguen los que no son casados”.[15]
Contó el religioso que se mostraron los indios tan amigos que ayudaron en los trabajos de hacer agua y leña, e incluso comieron todos juntos en la playa. También recogió fray Miguel algunos datos sobre la flora, indicando que estaba “la tierra llena de pasto y muchas hierbas y flores, rosa de Castilla, lirios, manzanilla y hierbabuena, apio, poleo, orégano, verbena y otras hierbas olorosas que comen los indios, que también nos dieron moras”.[16]
Sobre la segunda vez que saltaron a tierra para tomar posesión de ella, en el lugar que bautizaron como Rada Bucareli, el día 14 de julio, incide el religioso en la falsedad de los indios, pues mientras que con ellos se mostraron cordiales y amigables estaban planeando el ataque a los marineros que bajaron de la goleta a tierra para hacer aguada, despedazando a cinco de ellos y desapareciendo otros dos en el agua. Recogió fray Miguel en su Diario que estos indios:
“son blancos, de pelo rubio y buena estatura. Usan de arco y flechas y, a más de esto, tienen unos pedernales en forma de rejón que ponen en unos palos largos como los que se usan en las lanzas. Usan de unas especies de cueros de gamuza bien sobadas, tan blancos como los cueros que tienen los soldados en los presidios, los que tienen las figuras de mangas estrechas, que les cubren hasta abajo de las rodillas, en las que pintan las calaveras de los que tal vez han sido despojos de su traición, y ellos las ponen como trofeos de su valor. Las mujeres usan de enaguas como las que ya dije del puerto de la Trinidad y se agujerean las narices, y en ellas se ponen un anillo, el que llevaron las que fueron a bordo de la goleta. Me dijo el capitán que le pareció ser de cobre. Los hombres andan desnudos y para el frío usan cubrirse con cueros de nutria o de venado agamuzado. Hacen muchos agujeros en las orejas y de ellos cuelgan muchas conchas pequeñas de varios colores”.[17]
Refirió también el religioso en su Diario cómo desde la goleta habían visto el ataque de los nativos, “incluso les pareció que llevaban los cuartos de la gente y los pedazos de la canoa en la que habían ido a hacer aguada”,[18] así que se mostraron recelosos cuando estos se acercaron hasta la proa, y cuatro marineros les hicieron frente con un pedrero y tres fusiles, pereciendo al menos seis de los indios, mientras que en la fragata nada se sabía porque estaba como a una legua de distancia.
Ya navegando de regreso, el día 13 de agosto en altura de 49 grados y 5 minutos, volvieron a encontrarse con varias canoas de nativos con los que intercambiaron pescados y una canoa por un sable. De estas gentes anotó el religioso que:
“usan para cubrirse una ropa de cáñamo. Con uno como delantal se cubren de la cintura para abajo y, para el pecho, lo hacen más pequeño con su fleco por abajo, y puesto tiene figura de muceta. Usan de sombreros de palma, unos tienen figura de almirez y otros parecen borlas de médico. Tienen para pescar arpones de hueso. A más del arco y flechas usan lanzas de hueso, pues con un marinero cambalacharon un arpón y una lanza”.[19]
A los dos días, a la altura de la sierra que los anteriores expedicionarios habían llamado de Santa Clara, volvieron a ver una canoa de indios y algunos marineros dijeron que eran los que mataron a los de la goleta, y aunque intentaron capturarlos, para ver si conseguían saber algo de los dos hombres desaparecidos, no pudieron porque los nativos huyeron. Continuaron navegando de regreso hasta la bahía que llamaron de la Asunción (y que no era sino la desembocadura del río Columbia, pero no lo reconocieron) y las sierras altas que nombraron Montefalco, por haberlas descubierto el día de Santa Clara de Montefalco, y después hasta alcanzar el cabo Mendocino para llegar finalmente a Monterrey el día 29 de agosto, con treinta y seis marineros enfermos de escorbuto y otros de diferentes dolencias, que todos juntos sumaban cincuenta enfermos de noventa y dos que formaban la tripulación.
Unos días después, la goleta, que se había apartado del resto de la flotilla el día 31 de julio, llegó al puerto de Monterrey, y entonces fray Miguel de la Campa anotó también en su Diario las noticias recibidas de Juan Francisco de la Bodega y Quadra. Le había contado el capitán que en su navegación habían alcanzado la altura de 57 grados y 18 minutos “y en un puerto que llamaron de los Remedios tomaron posesión e hicieron aguada y leña (…). Notaron que estos indios son de color negro y feos, que no usan flechas sino una lanza que manejan con gran destreza”.[20] Debían ser estos nativos Tlinglit, y encontrarse los expedicionarios cerca de lo que hoy es Sitka. El día 21 de agosto continuaron su navegación, pero al día siguiente, hallándose en los 58 grados, eran los fríos tan excesivos que resolvieron regresar recorriendo la costa. Cuando llegaron hasta los 55 grados y 17 minutos hallaron un gran brazo de mar y buenas playas donde fondear, así que el día 24 tomaron posesión y le dieron por nombre al dicho lugar la Entrada de Bucareli. Allí hicieron agua y leña, y gracias al buen tiempo que experimentaron se pudo reforzar la marinería. El día 26 salieron a reconocer una isla que tenían a la vista, a la que dieron el nombre de San Carlos (actual isla Forrester), y a un cabo cercano lo llamaron de San Agustín (actual cabo Muzon), después, con la tripulación ya algo recuperada, siguieron navegando hacia el norte, llegando a la altura de 65 grados y 40 minutos, pero los vientos les impidieron la navegación y les obligaron a emprender el camino de regreso a Monterrey, donde finalmente dieron fondo el día 7 de octubre. También le contó Francisco de la Bodega y Quadra al religioso que fue a la salida del puerto de Monterrey, camino del de San Blas, cuando el día 2 de noviembre murió el segundo capitán Juan Pérez Hernández, al que se le dio sepultura marítima con salva de fusiles y cañón.
LOS ESCRITOS DE FRANCISCO ANTONIO MAURELLE SOBRE EL PUERTO DE TRINIDAD
Por su parte, Francisco Antonio Maurelle, segundo piloto de la goleta Sonora, también redactó un Diario durante el viaje. En él recogió que en el puerto de la Trinidad, en 41 grados y 7 minutos, concurrieron a la playa más de trescientos indios y que ellos, durante su estancia en dicho puerto, “emplearon el cuidado de observar los movimientos de los indios, su modo de vivir, moradas, vestidos, régimen, dominios, ritos de su ley, voces, armas de su uso, a lo que más se inclinaban, sus cazas y pesca”,[21] y llamó la atención del piloto el hecho de que “en los párpados de las orejas traen dos tornillos semejantes a los de la culata de un fusil”.[22] En cuanto a las mujeres, anotó el piloto en su Diario que “ellas usan en las orejas los mismos tornillos de hueso que se ponen los hombres”.[23] También recogió Maurelle que:
“la tierra estaba inundada de hierbas silvestres, como los prados europeos, con un verde y olor que hace agradable la vista y olfato, entre las quales se veían rosas de Castilla, orégano, lirios, apio, cardo, manzanilla, y otras infinitas comunes del campo. También vimos fresas, moras de moral, las mismas de zarza, cebollas dulces y criadillas de la tierra, todo con mediana abundancia, particularmente en la inmediación a los ríos, y observamos entre las hierbas una semejante al perejil, aunque sin olor, que la tomaban los indios, la majaban y con grava de cíbolo la mezclaban y comían”.[24]
En cuanto al desencuentro con los nativos en el puerto de la Trinidad contó el segundo piloto que ellos se encontraban como a media legua distante de la fragata, en una zona de bajos, por lo que decidieron esperar a la pleamar para salir de allí. En un primer momento los indios se acercaron hasta ellos para ofrecerles pescado y carne, y después se retiraron a su ranchería; al día siguiente se volvieron a acercar e intercambiaron algunas pieles de animales. Siete marineros de la tripulación, convencidos del carácter amigable de los indios, echaron una canoa al mar para ir hasta la playa y hacer aguada y leña cerca del río, pero una vez allí se encontraron con unos trescientos indios que les atacaron y mataron a cinco de ellos, mientras que otros dos consiguieron echarse al agua. Entonces, desde la goleta, dispararon pedreros y fusiles para asustar a los indios, y también hicieron señas a los de la fragata para avisar del peligro en el que estaban, aunque aquellos no los vieron. Nada pudieron hacer, solo esperar a que los indios se retirasen, y no volvieron a ver a los hombres de la tripulación que habían bajado a hacer aguada, ni tampoco la canoa. Regresaron al día siguiente los indios con la clara intención de atacarles, pero los expedicionarios tiraron de fusil y lograron ahuyentarles, poco después se reunieron con la fragata y en una Junta discutieron si debían responder al ataque o no, finalmente los oficiales decidieron retirarse y continuar con la navegación.
ÚLTIMAS ETAPAS DE LA EXPEDICIÓN DE HECETA
También registró con detalle Maurelle la navegación que realizaron desde que el día 1 de agosto perdiesen de vista la fragata y ellos continuasen rumbo al norte. En su Diario contó que el día 17, en 57 grados y 2 minutos, avistaron una cumbre cubierta de nieve desde la que salían anchos canales, a la que llamaron San Jacinto (actual monte Edgecumbe), también bautizaron un cabo cercano como cabo del Engaño. Se encontraban en la punta suroeste de la isla Kruzoff, en el archipiélago llamado por los rusos de Chichagoff y por los ingleses de Alexander, y a unas tres leguas por la parte norte del cabo encontraron un buen puerto en el que fondear al que le pusieron de nombre Guadalupe. Bautizó De la Bodega esa ensenada como la del Susto (más tarde sería nombrada Norfolk por James Cook, posteriormente Fleurieu en su mapa publicado en 1801 la nombraría bahía Tchinkîtâne, en un intento de usar topónimos tlingit, y actualmente se denomina estrecho de Sitka). Allí volvieron a ver nativos en canoas, pero no tuvieron contacto con ellos, y continuaron navegando hasta el puerto que nombraron de Los Remedios (actual ensenada de Salisbury o bahía de Sea Lion), en 57 grados y 18 minutos, donde desembarcaron en tierra para tomar posesión de ella, siguiendo todos los requisitos que prevenían las instrucciones dadas por el virrey de la Nueva España. También en ese lugar se encontraron con indios, pero no llegaron a tener ningún trato con ellos, aunque pudieron observar que no gastaban flechas como los que hasta entonces habían visto, y sí lanzas que manejaban con suma destreza (lo que nos hace pensar que eran nativos tlingit, ya que su armamento ofensivo estaba compuesto básicamente por lanzas cortas y arpones). Permanecieron allí hasta el día 21, que se hicieron a la vela, y un día después estaban en altura de 58 grados. Desde aquel lugar empezaron a bajar hasta que fondearon en altura de 55 grados y 17 minutos en un puerto al que llamaron de Bucareli, en el que también tomaron posesión y obtuvieron agua y leña. Desde allí fueron hasta la isla de San Carlos y al cabo de San Agustín. El día 27 se hicieron a la vela, y durante unos días intentaron reconocer la gran entrada que se perdía en el horizonte, creyendo que se trataba de la desembocadura de un gran río (actual entrada Dixon), pero eran tantos los enfermos que tenían a bordo que, junto con los mares picados y los vientos que sufrieron, decidieron volver de inmediato al puerto de Monterrey. En el camino de regreso, cuando se hallaban en 55 grados, sufrieron un temporal que casi les hizo zozobrar. En la latitud de 49 grados empezaron a acercase de nuevo a la costa, con la intención de buscar el famoso río de Martín Aguilar, que no encontraron, y desde los 47 grados y 30 minutos comenzaron a reconocerla, y así fueron bajando en busca del puerto de San Francisco. El día 3 de octubre, estando en 38 grados y 18 minutos, entraron por una ensenada, después de haber doblado una punta a la que llamaron del Cordón (actual Punta Sand), y en otra punta cercana, que se llamó de las Arenas, dieron fondo, llamando al dicho puerto el de la Bodega, donde volvieron a tener contacto con los nativos y a intercambiar regalos.
LOS MIWOK
Era todo este el territorio de la costa Miwok, cuyos habitantes eran llamados también mokelumni, m,ewuk o meewok, términos que significan personas u hombres. Parece ser que su grupo lingüístico era de la familia de las lenguas utianas (miwok-costanoano) y que sus tierras tradicionales se localizaban en la Sierra Nevada y en las orillas del río San Joaquín, donde vivían en varios grupos diferentes. Así, los sierra miwok eran los que habitaban la larga ladera occidental y estribaciones de Sierra Nevada, entre los ríos Fresno y Cosumnes, y en la zona del valle que se cruza con los deltas del San Joaquín y el Sacramento; los coast miwok vivían desde el estrecho Golden Gate, hacia el norte hasta la Punta de Duncan y hacia el este hasta el arroyo de Sonoma, y, finalmente, también había miwok ubicados en el área del lago, en la cuenca del lago Clear y la orilla sur del arroyo Cache. Los que vivían a los pies de las colinas o en las tierras bajas lo hacían en casas subterráneas cubiertas de tierra, se desplazaban a las montañas únicamente en verano o para cazar, y entonces vivían en abrigos de montaña o en cobertizos. Se alimentaban mediante lo que obtenían de sus actividades de pesca, caza y recolección de alimentos, y además confeccionaban una muy elaborada cestería. Con todos esos productos comerciaban con otros pueblos de la zona, como los ohlone. Los miwok con los que De la Bodega y Quadra estableció contacto podían ser de las aldeas Helapattai, Hime-takala, Ho-takala o Tokau, ya que todos ellos eran gentes que habitaban la bahía que él bautizó con el nombre de Bodega, pero si tenemos en cuenta que realmente no fue allí donde De la Bodega fondeó, sino que lo debió hacer en la cercana bahía de Tomales, quizás la tribu o aldea miwok con la que tuvo contacto fuese la de Utumia.
Tras la parada realizada en el dicho puerto, el día 4 los hombres de Juan Francisco de la Bodega se hicieron a la vela y el día 6 estaban ya en el puerto de San Francisco, desde donde navegaron hasta el de Monterrey, donde llegaron con tanta marinería enferma que Heceta les tuvo que mandar una nueva tripulación sacada de entre su gente para poder continuar hasta el puerto de San Blas.
De todo lo sucedido en esta expedición dio cuenta el virrey Bucareli a la Corona, señalando como resultado fundamental de este viaje el dejar reconocidos y señalados los dominios españoles en casi quinientas leguas más de extensión de lo que hasta entonces se conocía o se había recorrido y navegado, así como el conocimiento de la población de esas costas y la confirmación de la inexistencia de establecimientos extranjeros, y finalmente la elaboración de planos que permitiesen mejores viajes, ya que hasta entonces existían todavía algunas leyendas o interpretaciones geográficas de carácter mítico que aún no habían sido totalmente descartadas.[25]
- MECD, AGI, Estado 20, N.13. ↵
- MECD, AGI, Estado 38A, N.11. ↵
- MECD, AGI, Estado 38A, N.5. ↵
- MECD, AGI, Estado 38A, N.4. ↵
- MECD, AGI, Guadalajara 515, N.44. ↵
- MECD, AGI, Estado 38A, N.6 a N.9. ↵
- MECD, AGI, MP-México 306 a 309, 531 y 581 a 584. ↵
- MECD, AGI, Estado 38A, N.11. ↵
- Ibídem. ↵
- Ibídem. ↵
- Ibídem, imagen número 25 (folio 13 recto). ↵
- Ibídem. ↵
- Reid, Joshua L. The Sea is my Country: The Maritime World of the Makahs, edit. Yale University Press, 2015. ↵
- MECD, AGI, MP-México 306. ↵
- MECD, AGI, Guadalajara 515, N.44. ↵
- Ibídem. ↵
- Ibídem. ↵
- Ibídem. ↵
- Ibídem. ↵
- Ibídem. ↵
- MECD, AGI, Estado 38A, N.5. ↵
- Ibídem. ↵
- Ibídem. ↵
- Ibídem. ↵
- MECD, AGI, Estado 20, N.18 a N.24. ↵
- MECD, AGI, MP-México 581. ↵