3 Primera mitad del siglo XVII
SEGUNDA EXPEDICIÓN DE SEBASTIÁN VIZCAÍNO
El segundo viaje de Sebastián Vizcaíno ya tuvo otro carácter, y volvió a ser de exploración geográfica de las costas y no de índole mercantil o comercial. Este cambio, como ya hemos visto, se debió a la creciente amenaza tanto de los ingleses como de otras naciones europeas, que no solo trataban de encontrar una ruta de navegación hacia oriente, sino que pretendían disputar la hegemonía marítima hispana en el Pacífico. Así que ahora las instrucciones reales serían otras, y esta expedición contaría con expertos militares, navegantes y cosmógrafos, como Gerónimo Martín Palacios. Las disposiciones fueron claras y el objetivo principal del viaje sería “el descubrimiento y demarcación de los puertos, bahías y ensenadas que hay desde el cabo San Lucas, que está en 22 grados y un quarto, hasta el cabo Mendocino, que está en 42 grados”.[1] Además, también se establecía en dichas órdenes que los expedicionarios no entrarían en ningún puerto tierra adentro en busca de indios, ni a saber si los había, ya que este no era el objetivo principal del viaje. Esta aventura exploratoria dio lugar a una ingente documentación, entre la que se encuentra no solo la procedente de la instrucción dada a Vizcaíno en 1602, sino también tanto la que provenía de las actas de las Juntas celebradas por los capitanes, pilotos y cosmógrafo durante toda esta segunda navegación de Sebastián Vizcaíno,[2] como una completa y otra breve Relación descriptiva de Fray Antonio de la Ascensión, junto con sus pareceres respecto a todo lo sucedido durante la expedición.[3]
Según la Relazión del viaje y derrotero de las naos que fueron al descubrimiento del puerto de Acapulco a cargo del general Sebastián Bizcaíno,[4] fechada en México en 1602, salieron las naos de Vizcaíno del puerto de Acapulco el 5 de mayo de 1602 con la orden de llegar hasta el cabo Mendocino. La expedición estaba formada por la nao capitana San Diego, la nave almiranta Santo Tomás, la fragata Tres Reyes y un barcolongo. El día 19 de mayo se encontraban todas las naos en el puerto de la Navidad y al día siguiente se hicieron a la vela rumbo a las islas de Mazatlán, a las que llegaron el 2 de junio. Divisaron la punta de California el día 9 de junio y dos días después fondearon en una bahía a la que llamaron San Bernabé (actual San José del Cabo, en el extremo sur de la península de Baja California), donde saltaron a tierra y tuvieron un encuentro con los nativos pericúes, con los que intercambiaron ciertos regalos. Allí permanecieron los expedicionarios hasta el 5 de julio, intentando durante esos días, hasta en cinco ocasiones, continuar la navegación sin éxito, debido a los vientos contrarios.
LOS GUAYCURA, LOS YUMANOS Y LOS PA IPAI
Pusieron entonces rumbo al cabo San Lucas, y aunque al día siguiente se apartó de la expedición la fragata Tres Reyes, el resto de los navíos continuaron navegando “hasta entrar en una bahía muy grande a la qual se le puso por nombre bahía de la Magdalena”,[5] por ser ese el día en el que llegaron hasta allí, y quizás también como homenaje a su mujer, llamada Magdalena, desde donde saltaron a tierra y celebraron una misa. Permanecieron allí los expedicionarios unos días, durante los cuales contactaron con los nativos y recibieron la noticia de la llegada de la fragata Tres Reyes. Los nativos con los que allí trataron eran los guaycura, vecinos de los pericúes, quienes ya habían tenido un contacto esporádico con la expedición de Vizcaíno de 1596, que incluso cambió el nombre donde tuvo lugar ese encuentro de Bahía de la Cruz por el de Bahía de la Paz, ya que allí los indios les habían recibido de manera amistosa.
Desde allí siguieron navegando los hombres de Vizcaíno hacia el norte, reconociendo y descubriendo bahías, islas y ensenadas a las que iban poniendo nombres, como la bahía de Santa Marta, la isleta de la Asunción, la isla de San Roque y el puerto de San Bartolomé. De este último puerto partieron el 23 de agosto en seguimiento de su viaje hasta la isla de Cedros/Serros, desde donde izaron velas el 9 de septiembre para continuar la navegación hasta la isla que llamaron de San Gerónimo y después a la bahía de San Francisco, donde volvieron a tener contacto con grupos nativos yumanos, con quienes al parecer se lograron entender por señas, al igual que con los que habitaban en la ensenada que llamaron de las Once Mil Vírgenes (actual bahía de San Quintín y anterior puerto de la Posesión), posiblemente pa ipai, quienes les contaron por señas “que en la tierra adentro había muchos indios y que a ellos les flechaban y que fuésemos con ellos. Traían unas tilmas al modo mexicano de pellejos de animales con un nudo sobre el hombro derecho, cacles e hilo de algodón”.[6] Desde allí siguieron los expedicionarios su navegación hasta la isla que llamaron de San Marcos, en altura de 32 grados escasos, y nueve leguas a sotavento tuvieron que arribar para conseguir agua en una ensenada donde volvieron a tener contacto con nativos yumanos, aunque en esta ocasión no fue un encuentro amigable ya que estos les recibieron con flechas y piedras. Así, tal y como se narra en uno de los Diarios del viaje:
“y aunque por nuestra parte se les dio a entender el no irles a hacerles mal sino a tomar agua, y dándoles bizcocho y otras cosas los dichos indios no hacían caso de lo que se les daba sino que quisieron estorbar el hacer el agua y quitarnos los botijos y barriles, de que obligaron a que se les disparasen tres arcabuces de que con el ruido de la pólvora y que alguna lagrimilla alcanzó a algunos en las obras muertas (de los navíos) dieron a huir con gran griterío, y al cabo de dos horas volvieron mucha cantidad de indios juntándose de diferentes rancherías haciendo entre ellos Juntas al parecer de lo que querían hacer y así de mano armada vinieron hacia nosotros. Pareciéndoles ser poco con sus hijos y mujeres y arcos y flechas saliólos a recibir el dicho alférez Pascual de Alarcón diciéndoles por señas que se sosegasen y que fuesen amigos, de que los dichos indios dijeron que sí con que no se disparasen más los arcabuces, que los miraban mucho, dieron en rehén a una perra y con esto los dichos indios se fueron muy contentos a sus rancherías y nosotros hicimos nuestra aguada”.[7]
ENCUENTROS COSTEROS CON ANTIGUOS HABITANTES DE CALIFORNIA
A esta bahía le pusieron los expedicionarios el nombre de San Simón y Judas, y desde allí siguieron navegando hasta una ensenada que llamaron isla de Todos los Santos, para después descubrir otras islas en altura de 32 grados, a las que llamaron de San Martín, y una bahía muy grande, ya en altura de 33 grados y medio, a la que llamaron San Diego, donde volvieron a bajar a tierra y se encontraron de nuevo con nativos con los que, tras un pequeño desencuentro, acabaron entendiéndose por señas. Habían acampado los exploradores cerca de una aldea indígena kumiai (o kumeyaay) llamada Nipaguay, donde celebraron una misa en honor de San Diego de Alcalá. Unas tres leguas más al norte volvieron a ver naturales, y aunque estos no se acercaron sí que lo hizo una india anciana, a la que el general recibió de buen grado, dándole algunas cuentas y de comer, permitiéndoles los nativos por ello visitar sus rancherías y conocer sus usos. Del puerto de San Diego los expedicionarios viajaron hasta la isla de Santa Catalina, en 34 grados y medio, donde salieron a recibirles muchos nativos chumash en canoas, y por señas les pidieron que fuesen hasta la playa, donde intercambiaron algunos regalos por comida y celebraron una misa a la que acudieron más de ciento cincuenta indios e indias “no poco maravillados de ver el altar y la imagen de nuestro señor Jesucristo”;[8] también fueron seis indias de 8 a 10 años hasta los navíos, y allí las vistieron con camisas y enaguas y con collares de gargantilla. La marinería intercambió otros regalos con el resto de los nativos, y les llamó la atención que estos tuviesen perros como los de Castilla. Hubo esa noche un eclipse de luna y al día siguiente los expedicionarios partieron; siguiendo las indicaciones de los indios, navegaron un poco más hacia el norte hasta llegar a un buen puerto donde les volvieron a recibir otros indios en canoas, con los que también intercambiaron regalos, visitaron su ranchería e incluso oficiaron una misa en la que estos participaron. Llamó mucho la atención del general el hecho de que una india le sacase dos pedazos de damascos de China de piezas, y ante su sorpresa los nativos le informaron que estos procedían de una gente como ellos, “que traían negros y que viniendo en un navío con mucho viento había dado a la costa y se había quebrado, y que era más adelante”.[9] Quisieron los indios mostrar al general el lugar del naufragio, pero los vientos contrarios impidieron que su navío llegase hasta allí, y Vizcaíno tuvo que seguir navegando hasta llegar a una zona de muchas islas, islotes y bajos. No consiguió el general llegar hasta el punto que le indicaban los indios, pero sí logró acercarse un poco más hasta el lugar del naufragio un alférez de la expedición, que posteriormente comunicó a Vizcaíno que:
“en ella había muchos indios y que por señas le habían dicho que había en ella gente barbuda y vestida como nosotros y entendiendo ser españoles les envió un billete y a él vinieron en una como ocho indios barbudos y vestidos de pieles de animales y no pudieron saber más”.[10]
LOS OHLONE Y EL DESCUBRIMIENTO DE LA BAHÍA DE MONTERREY
El 1 de diciembre salieron los expedicionarios de la isla de Santa Catalina y puerto de San Andrés, con muchos enfermos a bordo y muy pocas medicinas, mientras crecía el frío y se acentuaba el invierno. Por el camino volvieron a encontrarse en varias ocasiones con nativos pescadores en canoas, en una de ellas viajaban “quatro bogando y un viejo en medio cantando a manera de mitote de los indios de la Nueva España y los demás respondiéndoles”,[11] y observaron la costa y la tierra muy poblada hasta que, ya en altura de 37 grados, avistaron una ensenada y buen puerto, al que llamaron de Monterrey. Allí tomaron tierra, celebraron la que sería la primera misa en el norte de California y volvieron a establecer contacto con los nativos, en este caso con los rumsen, a los que los hispanos llamaron costanos, un grupo perteneciente a los ohlone que habitaban desde hacía miles de años el área a lo largo de la costa desde la bahía de San Francisco hasta el sur de la bahía de Monterrey (lugar al que ellos llamaban Acasta o Hunnnukul) y el valle de Salinas.
Estos pueblos vivían en las terrazas, colinas y llanuras aluviales de la bahía y seguramente, tal y como afirman algunos investigadores, debió haber tantas culturas ohlone como cuencas fluviales existían en dicho territorio. Las aldeas interactuaban entre ellas mediante el comercio, los matrimonios, las ceremonias y los ocasionales conflictos. Lingüísticamente estaban, y aún están, emparentado con los Miwok e incluidos en el grupo uti de las lenguas penutíes o penutias. Eran cazadores, pescadores y recolectores que, aunque habitaban poblados de chozas, se movían temporalmente para recoger alimentos de temporada que, junto con los pescados, moluscos y cangrejos que obtenían de los ríos y las aguas costeras, así como las aves acuáticas que a lo largo del año hacían la ruta de vuelo del Pacífico, constituían su alimentación. Al depender su subsistencia, en gran medida, del medio marino, fabricaban pequeñas embarcaciones con juncos con las que se adentraban en el océano para buscar nutrias, leones marinos y ballenas, pero al tratarse de pueblos semi nómadas, estas barcas seguramente estaban pensadas para durar una sola temporada de pesca.
ARRIBO AL CABO MENDOCINO
En aquel puerto decidieron los hombres de Vizcaíno que, debido a la falta de marineros, por las enfermedades, y también de bastimentos, la almiranta regresaría a la Nueva España y la fragata y la capitana continuarían navegando hasta el cabo Mendocino. El día 29 de diciembre despacharon a la nao almiranta de regreso al puerto de Acapulco, bien abastecida de leña y agua y con la mayoría de la marinería enferma a bordo, entre ellos el cosmógrafo y el escribano, mientras que los otros dos navíos continuaron su navegación hacia el norte. El frío era tan grande que, al amanecer del día de año nuevo, los expedicionarios vieron todas las sierras nevadas y el agua de las botijas congelada. No obstante, continuaron su navegación y llegaron al paraje de la ensenada donde en 1595 se había perdido el navío San Agustín, cuando volvía de las islas de Poniente haciendo el descubrimiento de las costas de la Mar del Sur, es decir, navegando desde Manila hasta Acapulco, bajo el mando de Sebastián Rodríguez Cermeño;[12] y aunque reconocieron el lugar, no pudieron parar por los vientos contrarios que sufrían, vientos que también provocaron la desaparición de la fragata. No fue hasta el día 12 de enero cuando consiguieron llegar al cabo Mendocino, entonces la luna nueva entró con mucha furia de viento sur, agua y neblina, lo que dificultaba enormemente la navegación. Además, una vez superado el cabo, el frío era mucho y las aguas y el invierno iban creciendo de golpe, por lo que decidieron emprender el regreso hacia el cabo de San Lucas. Al día siguiente abonanzó, salió el sol y los pilotos lo pudieron tomar, estaban en 41 grados; entonces otra vez saltaron los fuertes vientos y la tormenta duró hasta el día 20, cuando se encontraron en 42 grados,
“porque las corrientes y mareas nos llevaban a más andar al estrecho de Anián, vimos ese día la tierra firme así del dicho cabo como de más delante de grandes arboledas de pinares, mucha nieve que cubría los cerros que parecían volcanes, llegaba la nieve hasta junto al mar y al veintiuno del dicho mes nos envió Dios un poco de viento noroeste, que tan inoportuno nos había sido para la ida, deseoso para la vuelta”,[13]
y bautizaron una punta que avistaron con el nombre de San Sebastián (seguramente el actual Monte Shasta). Desde allí regresaron al puerto de Monterrey, para navegar después rumbo a Acapulco, donde llegaron finalmente el día 21 de marzo, con gran parte de la tripulación ya fallecida a causa de las penurias y las enfermedades sufridas.
Según la Relación hecha por fray Antonio de la Ascensión, en ocho días sólo pudieron subir un grado más de altura, que era el 43, vieron una punta que llamaron San Esteban y junto a ella un río, al que llamaron Santa Inés, y pensaron que allí estaba el fin del reino y tierra firme de California, y el principio y entrada para el estrecho de Anián. También recogió fray Antonio en su Relación que desde lo que él creía que era el Estrecho de Anián (que es la parte sur del actual Estado de Oregón) hasta la ciudad de Guadalajara en el reino de la Nueva Galicia, pertenecía todo al reino de la Nueva España, y que debía ser en la bahía de San Bernabé donde el Rey debía mandar que se hiciera la primera población de españoles, para pacificar aquel reino y predicar el Evangelio.
Además del religioso, también los capitanes y pilotos describieron y narraron todo lo sucedido en este viaje, y mediante el trabajo del cosmógrafo Martín Palacios se establecieron ubicaciones que después fueron reproducidas por el científico Enrico Martínez en mapas que son considerados como los más exactos y de mayor rigor científico de la época.[14] Son algo más de 30 mapas, y en ellos aparecen los puertos, ensenadas, islas, puntas, bahías, cabos, etcétera, que los expedicionarios fueron descubriendo. Este aspecto es muy importante porque, tal y como nos recuerda la doctora María Luisa Rodríguez-Sala en su trabajo de investigación titulado Sebastián Vizcaíno y Fray Antonio de la Ascensión, una nueva etapa en el reconocimiento de las Californias novohispanas,[15] representa, sin duda alguna, uno de los iniciales aportes a la identidad regional, ya que los signos cartográficos forman parte de los elementos simbólicos materiales de la identidad.
No obstante, como el cosmógrafo de la expedición viajaba a bordo de la nao capitana, no llegó este a conocer la costa del actual Estado de Oregón, y los detallados mapas que después elaboró Enrico Martínez abarcaron sólo hasta el cabo Mendocino, donde señaló que esa costa guiaba hasta cabo Blanco. Solo los que viajaban a bordo de la fragata Tres Reyes pudieron observar la costa del actual Estado de Oregón, ya que ellos sí navegaron un poco más al norte que el resto de los navíos de la expedición de Vizcaíno. Así, esta fragata, tras pasar el cabo Mendocino, fue navegando por la costa sur del actual Estado de Oregón hasta la desembocadura de un río en altura de algo más de 42 grados. Todavía no se ha conseguido identificar claramente este río, al que en un primer momento llamaron de Santa Inés para pasar después a denominarse como el de Martín Aguilar.
El cabo que entonces describieron los expedicionarios podría corresponderse con el Cabo Blanco, en 42º 50.2´N (llamado posteriormente por Vancouver Cape Orford, en honor a su amigo el Conde de Orford), pero el río del que hablaban aún no ha podido ser reconocido. Son cuatro los ríos que desembocan al océano cerca de Cabo Blanco, al norte el Coquille y el Sixes, y al sur el Elk y el Rogue. El Sixes y el Elk son más bien arroyos, por lo que su candidatura parece bastante improbable. Por su parte el Coquille y el Rogue son de un tamaño moderado, lo que hace que se acerquen más a la descripción que hicieron los hombres de Vizcaíno, especialmente a mediados de invierno y tras las tormentas que suelen dejar fuertes precipitaciones en la zona, pero su cercanía a Cabo Blanco es relativa, ya que están mucho más cerca del paralelo 43, por lo que han sido descartados por algunos investigadores. También existe la posibilidad de que los expedicionarios se encontrasen ante el lago Flores, localizado a unas millas al norte de Cabo Blanco, y que confundiesen dicho lago con un río, o que se tratase del río Smith o incluso del Chetko, junto al actual pueblo de Brookings, en la bahía de Coos.
Por último, algunos investigadores, basándose en la imprecisión de las observaciones de la latitud realizadas durante los siglos XVI y XVII, apuntan a un emplazamiento más cercano al paralelo 41, que bien podría ser el río Mad o la bahía de Humboldt. Y es que a la hora de intentar localizar el lugar, además de tener en cuenta una posible inexactitud, debida a las mediciones realizadas en la época, también hemos de considerar que en la Relación que hizo el contramaestre de la fragata se dice que incluso se pudo subir un poco más, hasta Cabo Blanco, que está en altura de 43 grados, y que después:
“de allí la costa corría al Nordeste y que era tanto el frío que pensaron quedarse helados y se vieron en grande peligro de perderse, y que murió el alférez Martín de Aguilar cabo de ella y el piloto Antón Flores, y el dicho contramaestre se volvió en busca de la capitana y en altura de 39 grados y un cuarto descubrió un río caudaloso y una isla a la boca del puerto, muy bueno y seguro, y otra gran bahía en altura de 40 grados y medio, en que en ella estaba otro río muy grande y salieron a ellos mucha cantidad de indios en canoas, con los que no consiguieron entenderse”,[16]
y volvieron costeando hasta Monterrey y de allí, pasando por la isla de Santa Catalina y el puerto de Santiago, hasta el puerto de la Navidad donde llegaron finalmente el 26 de febrero.
INICIOS DE LA PRESENCIA HISPANA EN OREGÓN
Si la zona costera del sur de Oregón que alcanzó la fragata Tres Reyes durante este viaje de exploración fue el área de Cabo Blanco o Port Orford, los nativos que los hombres de la tripulación de Vizcaíno que viajaban a bordo del navío pudieron observar pertenecerían seguramente al grupo de los athabascan. Se trataba este de un grupo indígena lingüístico que era, y es en la actualidad, el de las lenguas athabascanas o athapascanas, aunque el término general athabascan, dado por el etnólogo Albert Gallatin en la clasificación que hizo en 1836 sobre las lenguas norteamericanas, y que procede de una palabra de la lengua algonquina que designaba al lago Athabasca (en Canadá), persiste aún en la lingüística y en la antropología. En el año 2012 la Conferencia anual de las lenguas de athabascan cambió su nombre a la Conferencia de idiomas de Dené. Así la lengua athabascana forma parte de la familia Na-dené, uno de los mayores grupos lingüísticos de América del Norte, solo superado por la familia uto-azteca que se extiende por México. Aunque en el Estado de Oregón existieron varios grupos lingüísticos, los habitantes de los territorios de la costa sur eran los athabascan, gentes con acceso a abundantes recursos naturales, tanto marinos como terrestres, cuyos territorios se extendían desde el norte de Port Orford hasta el estuario del río Klamath (en California, donde habitaban los tolowa). De este modo, fueron muchos los pueblos y tribus que conformaron la cultura athabascana, constituyendo una mezcla de varias culturas de América. Territorialmente existe una división que se conoce como meridional, formada por los navajos, los apaches y los kiowa, y otra septentrional, con tres grupos, el oriental, al este de las Montañas Rocosas y a lo largo del Bajo Mackenzie; el noroccidental, en el interior de Alaska y del Yukón, y el grupo del Pacífico, a lo largo de la costa de Washington y el Norte de California. En el grupo del Pacífico se encontraban los umpqua, kwalhioqua, taltushtuntude, coquille, tututunne, chascacosta, chetco, hupa, tolowa, hoilkut, tlelding, sinkyone, mattole, kuneste y lassik.
PROBABLE RUTA DE LA EXPEDICIÓN DE MARTÍN DE AGUILAR
Según las diferentes Relaciones de la época, la nave en la que viajaba Martín de Aguilar alcanzó un lugar situado entre el norte de California y el sur de Oregón, pudiendo ser alguno de los siguientes puntos geográficos:
Río Coquille, llamado Ko-kwel (desemboca en 43º07´25´´N), y que realmente es un arroyo cuya cuenca hidrográfica se encuentra entre la del río Coos al norte y el río Rogue al sur. Allí habitaban los indios coos, de la actual Confederación de indios coos, lower umpqua y siuslaw.
Río Rogue, llamado Yan-Shuu-chit’taa-ghii~-li~’ en la lengua tolowa (desemboca en 42º25´21´´N), es el lugar donde habitaban los indios rogue, de la actual Confederación de Tribus de Siletz.
Río Chetco, llamado chit taa-ghii~-li~ (desemboca en 42º02´43´´N), realmente se trata de un gran arroyo ubicado en la parte suroeste de Oregón, cuya cuenca está protegida por el río Rogue. El nombre de los chetco, chit-dee-ne, proviene de la palabra cheti que significa los que viven cerca de la desembocadura o cerca de la boca de la corriente en el idioma athabascano. En la actualidad son una de las 27 tribus aglutinadas en Confederación de Tribus de Siletz (todas las que ocupaban las tierras cercanas al océano Pacífico entre el sur de Washington y el norte de California).
Río Smith (41º56´10´´N), en la frontera entre California y Oregón, sus habitantes eran los tolowa, Taa-laa-wa Dee-ni´, una tribu perteneciente también a la familia lingüística na-dené ubicada en la costa, que en la actualidad es una nación reconocida federalmente.
Bahía de Humboldt (40º44´43´´N) y río Mad (40º56´31´´N), en la costa de California. Los wiyot, en chetco-tolowa wee-át y en yurok weyet, fueron los únicos habitantes alrededor de esta bahía y de su área circundante durante miles de años. Eran una tribu perteneciente al grupo de las lenguas algonquinas o algonkinas, que estaba relacionada con los yurok, y dividida en los grupos batawat, wiki y wiyot.
TOPONIMIA TRAS LOS DESCUBRIMIENTOS DE SEBASTIÁN VIZCAÍNO
Fue tras esta expedición cuando Sebastián Vizcaíno modificó la toponimia de ciertos lugares, anotados por Rodríguez Cabrillo medio siglo antes. Tal y como recoge el explorador e historiador Carlos Lazcano Sahagún, en su estudio sobre Cómo la California estadounidense llegó a adquirir su nombre,[18] durante estas expediciones sí se asignaron nombres a accidentes geográficos como bahías, puntas, cabos, islas, etcétera, pero no se le dio un nombre específico a toda esa gran región. Esto no sólo se confirma ya en el título de la Relación de Páez, que como hemos comentado llama a la península con el nombre de California y a la zona por la que navegó contra-costa del Mar del Sur o costas septentrionales del Mar del Sur, sino también en que en los numerosos mapas derivados de la posterior navegación llevada a cabo por Vizcaíno se denomina a la zona costa occidental de la Nueva España y también costa y puertos de la Mar del Sur, y se recoge que más al norte de la latitud que consiguieron alcanzar se encuentra la costa que guía al cabo Blanco, pero más allá de ella la tierra no tiene ningún nombre genérico.
Los informes presentados tras este segundo viaje de Vizcaíno fueron tan atractivos que tanto el virrey de la Nueva España, el conde de Monterrey, como la propia Corona parecían estar dispuestos a comenzar la colonización de la costa oeste del norte del continente americano, pero el representante novohispano del Imperio murió y su sucesor, el virrey Juan de Mendoza y Luna, marqués de Montesclaros, suspendió el proyecto. Fue entonces cuando todo el interés de las autoridades hispanas se centró en el establecimiento de relaciones comerciales permanentes entre Filipinas y Japón y, aunque a lo largo del siglo XVII se sucedieron los viajes de exploración en las costas de California, ya no se continuó navegando más hacia el norte; y no sería hasta la segunda mitad del siglo XVIII cuando se volvería a despertar el interés por colonizar las tierras noroccidentales del continente americano, ahora con la clara idea de frenar la presencia de los comerciantes de pieles ingleses y rusos en esa zona.
- MECD, AGI, Guadalajara 133. ↵
- MECD, AGI, México 372 y AGI, MP-México 53. ↵
- Zdenec, J.W. Fray Antonio de la Ascensión, cronista olvidado de California, en Bulletin Hispanique, tomo 72, número 3-4, 1970. ↵
- MECD, AGI, C_11154, folios 0300 a 0392. ↵
- Ibídem. ↵
- Ibídem. ↵
- Ibídem. ↵
- Ibídem. ↵
- Ibídem. ↵
- Ibídem. ↵
- Ibídem. ↵
- MECD, AGI México 23, N.50. ↵
- MECD, AGI, C_11154, folios 0300 a 0392. ↵
- MECD, AGI, Mapas y Planos-México 53 y Libros-Manuscritos 40. ↵
- Revista Estudios Fronterizos, número 35-36, 1995. ↵
- MECD, AGI, México 372. ↵
- MECD, AGI, Mapas y Planos-México 53 y Libros-Manuscritos 40. ↵
- Revista Dvacáté Století, número 1, 2016. ↵